domingo, 23 de marzo de 2014



La vida se les puso puta. A los dos. Largo tiempo. Les llovieron los segundos [todos los segundos]; les tronaron las horas; aluvión salvaje de años que los arrojaron a una vejez sorpresiva, como si no estuviese prevista... Les llegó sin que ninguno de ellos se diese cuenta de que su juventud se murió en un charco; que la madurez de carne todavía firme y amor anclado en las tripas se moría en otro charco.

Se les puso puta la vida, mucho. A los dos.

Ella se dejó los besos que le brotaban cada vez que lo pensaba abandonados en las manos que no la quisieron jamás. Mientras, trabajaba, amanecía, se abandonaba a los insomnios que robaron las ilusiones, que vaciaron las esperas.

El se dejó los abrazos que le nacían cada vez que la soñaba abandonados en unos ojos en los que no se reconoció nunca. Mientras, trabajaba, amanecía, se abandonaba a los insomnios que robaron la espera que vació todas las esperanzas.

La vida, ya sabes, se les puso muy puta.

Pero incluso la vida envejece y se cansa y baja la guardia y se cree vencedora de una guerra cruenta en la que los dos vencidos atesoraban deseos olvidados en cada una de sus arrugas [todavía; a pesar de todo].

La vida los creyó ausentes de sí mismos. Los creyó vegetando a la espera de una muerte cercana. Y miró a otro lado.

Ellos se encontraron en la aséptica sala de espera de un centro de salud.
Ninguno de los dos tuvo duda alguna. Ella lo supo aun antes de mirarlo. El la sintió, aun antes de mirarla. Sus ojos se sonrieron mientras sus manos, viejas, temblaban por el incipiente Alzheimer y la emoción adolescente. Sus labios temblaron por las molestias propias de la dentadura postiza y por los besos guardados, los besos soterrados, los besos jamás dados.
Sus ojos se sonrieron. 
El le dijo:

- Te espero. Guardaré tu bolso, si quieres. Llevo esperándote toda la vida. Meteré en tu bolso todos los besos que no pude darte. Todos los abrazos que guardé durante años. Todo el deseo que un día tras otro se apoderaba de mí al soñarte; ya no recuerdo cómo era; mi cuerpo apenas siente. Pero son tuyos, amor. Siempre lo fueron.

Ella asintió.Al fondo de las arrugas se adivinaba una sonrisa.

- Las pastillas del azúcar. Las de la tensión. Las de la memoria. No tardaré mucho, amor. Olvido casi siempre las del azúcar. Casi nunca tomo la de la tensión. Pero jamás me olvido de la memoria. No quería olvidarte.

Cuando salieron del aséptico centro de salud, el tomó su temblorosa mano.

- Nos morimos, amor. Nos llevamos muriendo toda la vida, amor. ¡Vivamos una noche!
¡Vayámonos al mejor hotel de la ciudad! A la suite nupcial. Ahora. Tenemos todo lo necesario: nuestra vejez; nuestro amor hambriento; las pastillas que nos permitirán ser testigos de otro amanecer, al menos.

- ¡Vayámonos!. Ahora.

El recepcionista se mostró incrédulo.

- ¿La suite nupcial? ¿Se acaban de casar?

- Un amor de juventud, nada importante. Dijo él, irónico.

Pidieron cava, conscientes de que no podían beberlo. Pidieron la mejor cena, conscientes de que no podían comerla (la acidez habría de ser atroz)..
Se metieron en la cama. Con la emoción de la primera vez. Se abrazaron.

- ¿Qué hacemos? - se sonrieron.

- Nos recrearemos en cada detalle. Nuestros cuerpos quizás ya no son capaces de amar, de hacerse el amor, de excitarsen siquiera. Mi corazón no resistiría la lucha imposible por llenar cada milímetro de tu cuerpo de mí. Soñé mil noches con tocarte, desnudarte, besarte, acariciarte, sentirte, tenerte; follarme ese trocito de tu alma que lograba atrapar al mirarte tan dentro que duele.
Pero nuestras almas ... mi alma se muere porque le describas el beso que tus labios ya no alcanzan a dar...
Mi alma se muere porque te recrees al elegir las palabras que me cuenten cómo te desnudarías para mí...cómo lo habrías hecho; cuánto deseabas hacerlo.
Mi alma espera impaciente escuchar tu voz, cansada de esperas, contarme, describirme cómo tu boca de antaño jugaba en mi espalda cuando todavía no tenía forma de interrogación cerrada, cansada de preguntarse por qué...
Mi alma abre cada sentido: vista, oído, gusto, olfato, tacto, a la espera de tu alma desgranando, mientras resbala la noche, cómo hubieses sentido mis manos en tus hombros, tu pecho, tu vientre, tus muslos, tu espalda.

La noche se cansó... ellos, no. Amanecía en la suite nupcial mientras la noche de bodas de aquellos dos viejos no se apagaba.

- Las palabras no se gastan, amor. Las tengo todas nuevas; no se arrugan las palabras; no enferman; no mueren... son redondas como el deseo; sin aristas, sin cantos, sin esquinas, sin vértices. Te haré el amor con palabras cada día; recrearé cada deseo yermo de ayer con palabras; hasta que ni las pastillas del corazón sirvan ya para nada... y muera.

Eva López Álvarez





jueves, 20 de marzo de 2014

Arrullo; cuna; cobijo.
                      Tus manos.
Consuelo; quietud; calma.
                              Tus palabras.
Deseo; espera; mañana.
                         El filo de tus silencios
                                        [a punto de llover cuanto no puedes susurrarme].
Suelo; pared; techo.
                      Tus brazos alrededor de mi ausencia.
Ancla; puerto; destino.
                       Tus piernas envolviendo mi alma.
Camino; recodo; hogar.
                           Tus huellas en mi espalda.



Eva López Álvarez



miércoles, 19 de marzo de 2014


Arrancar de cuajo el deseo;
                            cada deseo.


De qué me sirve esa enredadera voraz del color de tu boca;
            para qué los nudos, tan viejos de olvido,
                                          que el secundero amputó el extremo del que tirar....

Para qué las astillas
                   [esperas inútiles]
              en cada poro de mi piel;
para qué la alquimia en la boca del estómago
                                       si la brújula solo marca distancia[s]...

Arrancar de cuajo el deseo;
                            cada deseo.


Para qué tu voz en mi ombligo,
               la punta de tus ojos en mi espalda,
               las huellas de mis manos
                                          acariciando la espuma de un mar que no es mío.


                                                                                              Eva López Álvarez