Las palabras pueden... provocar emociones, empatía, arrancar de uno mismo esa Soledad brutal que, a veces, se instala de okupa en tu espíritu... Desnudar impúdicamente un pensamiento; erradicar el vacío; tornar posible lo imposible; alentar la curiosidad; mover cimientos; reivindicar cada día un sueño... Sólo eso, todo eso... en un ovillo de palabras por desenredar.
viernes, 29 de noviembre de 2013
Ginebra (capítulo VII)
Ginebra pensó –emoliente café en mano; ventanas con vaho, delatoras de la escarcha reinante en el exterior- que le gustaría ser tecla en una antigua Olivetti o, aunque sonaba menos romántico, tecla de un modernísimo teclado o, sumida en el pragmatismo gris al que la abocaba la realidad a diario, teclita de moderno Smartphone de esos que te hacen creer que las ilusiones caben en un bolsillo…
Tecla. Quisiera ser tecla…
Me tocarían a diario. Me sabría buscada, necesaria. Parte imprescindible en el camino [angosto tantas veces] a una palabra [necesaria].
Ginebra se iba sintiendo crecientemente excitada imaginando cómo las yemas de los dedos de una mano, que no es sino apéndice ejecutor de un brazo [lo imaginaba decidido], que no es sino pared exterior del pecho que salvaguarda, que no es sino refugio de la tinta líquida [rojo, denso y viscoso] del alma que dicta las palabras que la hacen tangible, se deslizaban con un nuevo erotismo por aquel teclado buscando la letra precisa…
Tecla. Quisiera ser tecla…
Cuando las yemas de los dedos de esa mano se acercasen, dos o tres teclas a la izquierda, una arriba, quizás, sentiría cómo los vértices de la “A” de anhelo se redondeaban deshaciéndose en una “a” de aleluya; sentiría cómo las curvas de la “B” de brújula se tornaban línea recta, corta como la “b” de bar que para ella era tertulia, confesión expuesta, el alma en bandeja…
Tecla. Quisiera ser tecla…
Rendida al tintineo [música en la partitura de las venas del que escribe] de las letras de metálico mármol (maleables como arcilla virgen) que se iban sometiendo a la voluntad de las palabras que nacían en la mente del dueño de aquellos dedos, aquellos brazos, aquel pecho, aquel alma que acariciaría su contorno y se recrearía en cada milímetro que conformaba la letra que precisaba para escribir aquella palabra que inundaba su espacio, su tiempo…
Se sentía a ratos vocal abierta que gritaba al mundo su vacío.
Otrora consonante dental que hiciese eterno el umbral de la boca antes de abrirse. O labial, presa de un instante que eterniza un misterio.
Vocal cerrada, como algunas celdas de su memoria…
Tecla.
Quisiera ser tecla,
a la espera de las yemas de sus dedos.
Eva López Álvarez
jueves, 28 de noviembre de 2013
Mis manos,
las que no pueden tocarte,
encierran un manojo de nubes
[vapor de lágrimas lloradas en negro
en el lagrimal de las ausencias]
Cubren ropajes tatuados con nuestras calles,
las que jamás andamos juntos,
mis tobillos en los que anudo las huellas de tus pasos,
el empeine en que escribo tu nombre con la tinta invisible de mis esperas,
los muslos,
desnudos de mentiras.
mi vientre, preñado de los cuentos que habrán de ser nuestros.
Eva López Álvarez
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Hay abandono y belleza.
Y soledad.
Y abandono...
Promesas teñidas de rojo
[de ayer, el aroma].
Hay verdades y sombras.
Y soledad.
Y abandono...
Un lienzo esperando una mentira
susurrada con tinta invisible a su desnudez.
Mil curvas que conducen a una recta
acotado segmento;
mi piel marca el principio...
tus dudas ... el final.
Hubo belleza...
Hay abandono...
Eva López Álvarez
lunes, 25 de noviembre de 2013
Fumemos juntos;
tu a un lado de la mesa, yo al otro.
Juguemos a mirarnos indiferentes mientras asciente tu humo,
mientras asciende el humo que soy.
Juguemos a ignorarnos mientras se enredan a escasos centímetros de nuestras cabezas
[frías, tal vez] tus humos con los míos;
mientras se tocan, se funden, se mezclan,
se hacen el amor a la vista de todos...
Tu y yo podemos conversar incluso, pero notaré cómo soplas el humo de tu cigarrillo para que envuelva con mas fuerza la estela del mío y, en ese momento, te ayudaré con un suspiro [pareciera involuntario] que atraerá hacia abajo de nuevo el humo que soy para que vuelva a enredarse en el tuyo una y otra vez, una y otra vez. Tu embiestes con fuerza el humo que soy y yo atrapo con ganas la niebla que eres.
Pasará el camarero y, quizás, te remuevas agitado en la silla [escudo insondable tu piel]; me saludarán los conocidos de siempre, quizás me apriete fuerte el nudo en las tripas [escudo insondable mi piel]...
Fumemos;
fumemos juntos...
Eva López Álvarez
Ginebra (capítulo VI)
Las
manos entumecidas; y los pies profundamente doloridos a causa del frío.
Condolido el cuerpo entero. La piel, frágil manta de escarcha.
Continuó
andando, pero analizando el terreno; escudriñando cada cafetería desde
la acera helada, hasta encontrar una que la llamase, que la invitase a
entrar, que, de alguna manera, le contase una historia o quisiera
escuchar la suya [esa llena de silencio(s)].
Los
ojos de Ginebra se detuvieron en un quiosco; un quiosco de esos que
emanan calor, ese calor vivificante, ese calor que abriga el alma,
nacido de las páginas de los libros y revistas que custodian sus
improvisadas puertecitas. Justo enfrente de él, al otro lado de la
acera, había un café sin nombre; le daba exactamente igual que fuese
bonito, acogedor, cálido, grande, pequeño, luminoso u oscuro. Todo el
calor y toda la luz y todo el cobijo le vendría de aquel quiosco que
exhibía poemarios de autores locales y mapas y guías y libros de cocina
típica de la región. Se sentó en la barra, en un taburete desde el que
contemplaba con todo rigor el frente de aquel quiosco; el escondido
mostrador que protegía y salvaguardaba al dependiente de palabras,
chuches e ilusiones, que frotaba sus manos junto a un calefactor cuyo
calor se hacía tangible en medio del hielo cortante que reinaba en
derredor.
El
tiempo podría morir aquí, ahora, en este lugar, en este instante. No
necesito mas. Apenas oía la voz del camarero que hubo de repetirle
varias veces qué deseaba tomar.
- Disculpe - sonrió absorta. Un café solo, por favor. Largo, si es tan amable.
Cada
vez se sentía mejor allí; no sólo observaba esos trocitos de las almas
que taturaron las revistas, los libros, los manuales... también
analizaba cada gesto, cada movimiento delator de los que se acercaban.
Podía adivinar mucho de aquellos transeuntes que ralentizaban su paso o
se detenían en el quiosco. Por el libro que tocaban, por cómo lo
tocaban. Por la revista que habían elegido, por el periódico que se
llevaban... Y veía algo suyo en cada uno de ellos.
Del
chico del abrigo verde caqui y vaqueros terriblemente atractivos [...
volvía a tener sed su piel] se quedaba con su manera de acariciar los
libros que le gritaban al mundo (mudo) montones de palabras (llenas,
densas, plenas). De la señora forrada en pieles engreídas se quedaba con
la sonrisa, sonreía como si la vida y el frío y los lunes no fuesen con
ella... Del anciano con sombrero y puro y abrigo de "señor de los de
antaño" se quedaba con la amabilidad, esa que se está perdiendo, esa que
dice por favor y gracias y abre la puerta y cede el paso... Del niño
que tramaba un plan para escapar de su confortable y ultramoderno
carrito anti-golpes, anti-frío, anti-vida real se quedaba con la
ingenuidad intacta y la batería de los sueños por cumplir cargada al
100%.
Cuántas
huellas dejamos sin darnos cuenta - pensaba mientras daba vueltas a la
cucharilla para deshacer el azúcar de su café largo (como los días, como
las noches). Las huellas que dejan tus ojos, las huellas que dejan tus
pasos, las huellas que dejan tus gestos...
Reparó
entonces en la barra sobre la que reposaban sus brazos. Estaba
imprimiendo sobre ella otras tantas de esas huellas imborrables.
Andaría
sobre esa barra; ahora mismo. Dándome igual cuanto piensen de mí.
Dejaría en esta barra parte de lo que mis pasos [infructíferos] buscan.
Caminaría con la cadencia del tiempo atada a las pulseras de los zapatos
que cercan mis tobillos, como marcando un umbral [ojalá alguien se
saltase esa norma y trepase umbral arriba...]. Pisaría con la certeza
inequívoca que cantan los tacones [afilados como el mañana]. Giraría
sobre sí misma y dibujaría [polvo mezclado con caucho] unos pasos de
baile que habrían de contarle cosas al oído al que mañana ocupase ese
taburete. Se dejaría vivir allí... arrastrada por los brazos de otras
huellas que anduvieron antes por allí.
Se dejaría vivir...
- ¿Le sirvo algo más, señora? - inquirió el camarero...
Ginebra comprendió que debía llevar mucho tiempo allí para consumir tan solo un café...
- No gracias... ¿Me cobra, por favor?.
Mientras
el camarero se alejaba en busca del cambio no se resistió y escribió en
la barra [podría olvidar las llaves de casa, cualquier cosa pero jamás
un bolígrafo] [...]" me dejaría vivir... aquí".
Eva López Álvarez
viernes, 22 de noviembre de 2013
Con el alma a cuestas;
hecha añicos
[cicatrices visibles de invisibles ataduras].
Marcado el rumbo a manos de un puño tirano
[incorpóreo y pesado a la vez];
hendido el pecho de afiladas palabras
[sempiternamente vivas en tu piel mortecina];
deshechos los umbrales;
que más da cielo o tierra, bien o mal, amor o desamor, dicha o pena,
[monstruo atroz, la Pena].
Roto el cuerpo:
manos que solo acarician acero impermeable;
piernas que dejaron de enredarse en otras piernas formando un nudo infinito
de sangres y besos
y abrazo inmenso;
¿los ojos?: óxido hiriente, vestigio del llanto de entonces.
Arrugado el cielo; brumoso el suelo [inseguro y lejano]...
alienado el amor. Soledad reinante.
Eva López Álvarez
hecha añicos
[cicatrices visibles de invisibles ataduras].
Marcado el rumbo a manos de un puño tirano
[incorpóreo y pesado a la vez];
hendido el pecho de afiladas palabras
[sempiternamente vivas en tu piel mortecina];
deshechos los umbrales;
que más da cielo o tierra, bien o mal, amor o desamor, dicha o pena,
[monstruo atroz, la Pena].
Roto el cuerpo:
manos que solo acarician acero impermeable;
piernas que dejaron de enredarse en otras piernas formando un nudo infinito
de sangres y besos
y abrazo inmenso;
¿los ojos?: óxido hiriente, vestigio del llanto de entonces.
Arrugado el cielo; brumoso el suelo [inseguro y lejano]...
alienado el amor. Soledad reinante.
Eva López Álvarez
jueves, 21 de noviembre de 2013
Los cero grados que marca el termómetro esta mañana han helado mis venas haciéndome parecer un reptil de sangre fría buscando una roca al sol en la que recuperar el aliento, la cadencia, el movimiento.
Los mismos cero grados también han ralentizado el fluir de mis pensamientos y la intensidad de mis impulsos, de mis sentimientos, la vehemencia de mis sueños y la magnitud de mis emociones.
En este estado pseudo-robótico, fruto del paso previo a la congelación, camino a las rutinas, con los cristales del coche vestidos de escarcha, he comenzado a pensar que, igual que el ritmo de nuestro corazón, es decir, la frecuencia cardíaca, se mide en pulsaciones, tal vez, sólo tal vez, el compás de nuestras almas pueda medirse de algún modo y que tal vez, solo tal vez, haya un baremo establecido y estereotipado, según el cual, del mismo modo que sucede con nuestro corazón, si el alma tiene 70 pulsaciones todo va bien; pero si la ansiedad, la fatiga o el miedo suben las pulsaciones de tu espíritu a 200 estés, tal vez, sólo tal vez al borde de una arritmia inmaterial . Me fascinaría poder medir nuestra frecuencia anímica y saber si la contracción de mi alma (el sístole de mi aliento) roza su frecuencia máxima.
Y así como el deporte aumenta nuestra frecuencia cardíaca, imagino yo habrá PALABRAS, escritas en mayúsculas, que calen tan hondo en el alma que la dejen, al límite de lo soportable y, de igual modo, habrá otras palabras de hielo que la dejen aterida de frío, sin apenas pulsaciones, al borde de un catastrófico infarto inmaterial (siguiendo el paralelismo infarto propiamente dicho e infarto cerebral).
Y si nuestro corazón sufre de palpitaciones, fruto de la ansiedad, o de algunas enfermedades, o de la hiperventilación, nuestras almas sufran, quizás, de palpitaciones nacidas del filo de los ojos distantes, o de la elocuencia de las palabras mudas o del veneno de los besos secos o de los abrazos de humo o de las manos desnudas de huellas dactilares o de qué se yo.
Rebuscando en el baúl desordenado de mi memoria aflora una imagen de esas de película en la que, en caso de parada cardiorrespiratoria, se inyecta al protagonista una inyección de epinefrina directamente en el corazón atravesando inmisericorde epidermis, dermis, hipodermis y esternón hasta alcanzar el motor de nuestros pasos, el pilar maestro de nuestras frágiles paredes. Y no imagino qué clase de aliento inyectable podría devolver nuestras almas a la vida tras una parada animo-espiritual… Porque si los efectos secundarios del ibuprofeno, de la adrenalina, del ácido acetilsalicílico son de sobra conocidos por todos, la química que anestesia tu alma o la mía, esto es, las mentiras o el alcohol o algunas drogas, nos matan más rápido que las palpitaciones espirituales que nos aquejan, que nos llevan al borde de ese infarto espiritual que describía..
Quedo, pues, a la espera de encontrar al menos, un aparato mágico, como el pulsómetro, que me diga si mi alma resistirá (o no) algún asalto más en este ring despiadado en que el adversario es el Tiempo, sádico e inmisericorde, que te noquea con los golpes bajos de las esperanzas rotas.
Eva López Álvarez
Los mismos cero grados también han ralentizado el fluir de mis pensamientos y la intensidad de mis impulsos, de mis sentimientos, la vehemencia de mis sueños y la magnitud de mis emociones.
En este estado pseudo-robótico, fruto del paso previo a la congelación, camino a las rutinas, con los cristales del coche vestidos de escarcha, he comenzado a pensar que, igual que el ritmo de nuestro corazón, es decir, la frecuencia cardíaca, se mide en pulsaciones, tal vez, sólo tal vez, el compás de nuestras almas pueda medirse de algún modo y que tal vez, solo tal vez, haya un baremo establecido y estereotipado, según el cual, del mismo modo que sucede con nuestro corazón, si el alma tiene 70 pulsaciones todo va bien; pero si la ansiedad, la fatiga o el miedo suben las pulsaciones de tu espíritu a 200 estés, tal vez, sólo tal vez al borde de una arritmia inmaterial . Me fascinaría poder medir nuestra frecuencia anímica y saber si la contracción de mi alma (el sístole de mi aliento) roza su frecuencia máxima.
Y así como el deporte aumenta nuestra frecuencia cardíaca, imagino yo habrá PALABRAS, escritas en mayúsculas, que calen tan hondo en el alma que la dejen, al límite de lo soportable y, de igual modo, habrá otras palabras de hielo que la dejen aterida de frío, sin apenas pulsaciones, al borde de un catastrófico infarto inmaterial (siguiendo el paralelismo infarto propiamente dicho e infarto cerebral).
Y si nuestro corazón sufre de palpitaciones, fruto de la ansiedad, o de algunas enfermedades, o de la hiperventilación, nuestras almas sufran, quizás, de palpitaciones nacidas del filo de los ojos distantes, o de la elocuencia de las palabras mudas o del veneno de los besos secos o de los abrazos de humo o de las manos desnudas de huellas dactilares o de qué se yo.
Rebuscando en el baúl desordenado de mi memoria aflora una imagen de esas de película en la que, en caso de parada cardiorrespiratoria, se inyecta al protagonista una inyección de epinefrina directamente en el corazón atravesando inmisericorde epidermis, dermis, hipodermis y esternón hasta alcanzar el motor de nuestros pasos, el pilar maestro de nuestras frágiles paredes. Y no imagino qué clase de aliento inyectable podría devolver nuestras almas a la vida tras una parada animo-espiritual… Porque si los efectos secundarios del ibuprofeno, de la adrenalina, del ácido acetilsalicílico son de sobra conocidos por todos, la química que anestesia tu alma o la mía, esto es, las mentiras o el alcohol o algunas drogas, nos matan más rápido que las palpitaciones espirituales que nos aquejan, que nos llevan al borde de ese infarto espiritual que describía..
Quedo, pues, a la espera de encontrar al menos, un aparato mágico, como el pulsómetro, que me diga si mi alma resistirá (o no) algún asalto más en este ring despiadado en que el adversario es el Tiempo, sádico e inmisericorde, que te noquea con los golpes bajos de las esperanzas rotas.
Eva López Álvarez
miércoles, 20 de noviembre de 2013
[...]"los coches aparcados sobre nuestros recuerdos"...
(Joaquín Sabina)
Aparqué hace un ratito, tras varias vueltas sin éxito. Abarrotadas las calles, abarrotadas mis venas, abarrotadas las líneas de mis manos, las líneas de mi agenda.
Necesitaba reponer combustible. Así pues, aparqué...
Dejé mi cuerpo en zona azul. Cuando esa máquina infernal llamada "parquímetro" me pidió la matrícula dudé unos instantes pero improvisé: HLC 2013 (dictaba mi alma "hasta los cojones del año 2013"). Tatuado el tíquet con los datos citados lo posé en la base del parabrisas de mi cuerpo (bajo la axila derecha)
Y me marché; huí un rato. Ahí quedo mi cuerpo...mi alma se alejó caminando; la condensación que provocaba el frío me lo ponía difícil; me arrastraba hacia arriba sin que yo quisiera... mi alma quería caminar a ras de suelo: contemplar desde abajo como los transeúntes del parque metían sus manos en los bolsillos, cómo juegan esas manos dentro de los bolsillos, cómo parecieran escribir mensajes a quién sabe que otra mano que se guareciese del frío en otro bolsillo, distante, lejano.
Quería sentir el calor que emiten las huellas recién nacidas; en el preciso instante en que la suela del zapato se levanta, se aleja. Continúa.
Quería escuchar el susurro ininteligible casi, apenas perceptible que emiten esas bocas que hablan para sí mismas, íntimo consuelo, íntimo consejo. Me posé alrededor de algunas a la espera de una palabra...
No sabría calcular con precisión cuánto rato mi alma viajó libre. Cuando volví el controlador (cabrón) me había multado.
"Boletín de denuncia. Hora de estacionamiento rebasada" decía el papelito...
El susodicho controlador no quería que se escapase la denuncia; así pues la clavó con un palo en medio del pecho. Se veía la inquina en la violencia que dibujó alrededor de la herida.
Fué curiosa la escena...
Suerte que las heridas de carne y piel cicatrizan pronto...
Eva López Álvarez
https://www.youtube.com/watch?v=djKvkLj5yQA
(Joaquín Sabina)
Aparqué hace un ratito, tras varias vueltas sin éxito. Abarrotadas las calles, abarrotadas mis venas, abarrotadas las líneas de mis manos, las líneas de mi agenda.
Necesitaba reponer combustible. Así pues, aparqué...
Dejé mi cuerpo en zona azul. Cuando esa máquina infernal llamada "parquímetro" me pidió la matrícula dudé unos instantes pero improvisé: HLC 2013 (dictaba mi alma "hasta los cojones del año 2013"). Tatuado el tíquet con los datos citados lo posé en la base del parabrisas de mi cuerpo (bajo la axila derecha)
Y me marché; huí un rato. Ahí quedo mi cuerpo...mi alma se alejó caminando; la condensación que provocaba el frío me lo ponía difícil; me arrastraba hacia arriba sin que yo quisiera... mi alma quería caminar a ras de suelo: contemplar desde abajo como los transeúntes del parque metían sus manos en los bolsillos, cómo juegan esas manos dentro de los bolsillos, cómo parecieran escribir mensajes a quién sabe que otra mano que se guareciese del frío en otro bolsillo, distante, lejano.
Quería sentir el calor que emiten las huellas recién nacidas; en el preciso instante en que la suela del zapato se levanta, se aleja. Continúa.
Quería escuchar el susurro ininteligible casi, apenas perceptible que emiten esas bocas que hablan para sí mismas, íntimo consuelo, íntimo consejo. Me posé alrededor de algunas a la espera de una palabra...
No sabría calcular con precisión cuánto rato mi alma viajó libre. Cuando volví el controlador (cabrón) me había multado.
"Boletín de denuncia. Hora de estacionamiento rebasada" decía el papelito...
El susodicho controlador no quería que se escapase la denuncia; así pues la clavó con un palo en medio del pecho. Se veía la inquina en la violencia que dibujó alrededor de la herida.
Fué curiosa la escena...
Suerte que las heridas de carne y piel cicatrizan pronto...
Eva López Álvarez
https://www.youtube.com/watch?v=djKvkLj5yQA
lunes, 18 de noviembre de 2013
La agenda de la tarde traía todas las líneas llenas y varios post-it de colores ácidos tatuados con otras tantas obligaciones (de colores gris y marrón) por cumplir.
Los cristales de la cocina, empañados de invierno del de antaño (el que cuentan las abuelas, el de los hielos jugando en las canaleras y en los aleros de los tejados), me advirtieron de la temperatura [un reto a la piel] y de la lluvia [tupida cortina por la que resbalaban desnudos recuerdos empapados de agosto]. Decidida a no dejar nada pendiente, dispuesta a no rendirme a la dictadura del frío, dispuse sobre mi cuerpo una y otra capas hasta que el abrigo ya no podía abarcar mas, pero...todas adecuadas para unas cuantas visitas comerciales: medias, medias de esas de 800 deniers, falda tubo, body, camisa, blazer, pañuelo (de los que dan 6 o 7 vueltas), abrigo, otro pañuelo, guantes (una pasada, los compré esta mañana y tienen una especie de huella falsa para ¡¡¡¡¡la pantalla táctil del móvil!!!!!), tacones (de los míos), paraguas, bolso y portadocumentos (con las propuestas comerciales)...
Tras un largo rato de camino, tras varias charlas infructíferas, el cansancio me atrapó y quiso vencerme: comenzó a tirar el hilo que asoma por mi lacrimal queriendo hacer brotar un torrente de lágrimas capaz de desafiar a la lluvia incesante. Pero no le dejé.
Sonreí.
Opté por descargar lo que pudiese para caminar sin esa angustia del bolso que se resbala, el portadocumentos que asoma bajo el paraguas y se moja, etc. Metí como pude el portadocumentos insidioso y rebelde en el bolso que dispuse alrededor de mi cuerpo a modo de bandolera y...busqué mi lista de reproducción favorita en el móvil, me puse los auriculares y, por último...
cerré el paraguas...
Las primeras gotas querían molestarme; hasta que ralenticé el paso...los zapatos resbalaban cuanto mas deprisa intentaba andar así pues dejé de correr y caminé; paseé... Notaba cómo las ondas de mi pelo se enredaban primero, se enrollaban sobre sí mismas unas gotas mas tarde...y eso me hizo sentir libre, completamente libre. Los rizos eran cada vez mas pronunciados, se enredaban en los pendientes y yo notaba como, simultáneamente, se enredaban mis ideas, se enredaban mis deseos, se enredaban mis prisas y se enredaban mis pasos...
Y aquí estoy, feliz, "acetilcisteína de 600 mg" en mano; mi pelo todavía libre de formas impuestas por las agendas. La música acompasando mis pulsos.
Si quieres, nos vemos la próxima lluvia...
Eva López Álvarez
Los cristales de la cocina, empañados de invierno del de antaño (el que cuentan las abuelas, el de los hielos jugando en las canaleras y en los aleros de los tejados), me advirtieron de la temperatura [un reto a la piel] y de la lluvia [tupida cortina por la que resbalaban desnudos recuerdos empapados de agosto]. Decidida a no dejar nada pendiente, dispuesta a no rendirme a la dictadura del frío, dispuse sobre mi cuerpo una y otra capas hasta que el abrigo ya no podía abarcar mas, pero...todas adecuadas para unas cuantas visitas comerciales: medias, medias de esas de 800 deniers, falda tubo, body, camisa, blazer, pañuelo (de los que dan 6 o 7 vueltas), abrigo, otro pañuelo, guantes (una pasada, los compré esta mañana y tienen una especie de huella falsa para ¡¡¡¡¡la pantalla táctil del móvil!!!!!), tacones (de los míos), paraguas, bolso y portadocumentos (con las propuestas comerciales)...
Tras un largo rato de camino, tras varias charlas infructíferas, el cansancio me atrapó y quiso vencerme: comenzó a tirar el hilo que asoma por mi lacrimal queriendo hacer brotar un torrente de lágrimas capaz de desafiar a la lluvia incesante. Pero no le dejé.
Sonreí.
Opté por descargar lo que pudiese para caminar sin esa angustia del bolso que se resbala, el portadocumentos que asoma bajo el paraguas y se moja, etc. Metí como pude el portadocumentos insidioso y rebelde en el bolso que dispuse alrededor de mi cuerpo a modo de bandolera y...busqué mi lista de reproducción favorita en el móvil, me puse los auriculares y, por último...
cerré el paraguas...
Las primeras gotas querían molestarme; hasta que ralenticé el paso...los zapatos resbalaban cuanto mas deprisa intentaba andar así pues dejé de correr y caminé; paseé... Notaba cómo las ondas de mi pelo se enredaban primero, se enrollaban sobre sí mismas unas gotas mas tarde...y eso me hizo sentir libre, completamente libre. Los rizos eran cada vez mas pronunciados, se enredaban en los pendientes y yo notaba como, simultáneamente, se enredaban mis ideas, se enredaban mis deseos, se enredaban mis prisas y se enredaban mis pasos...
Y aquí estoy, feliz, "acetilcisteína de 600 mg" en mano; mi pelo todavía libre de formas impuestas por las agendas. La música acompasando mis pulsos.
Si quieres, nos vemos la próxima lluvia...
Eva López Álvarez
Hoy las esquinas se muestran afiladas de noviembre,
cuchillos de escarcha;
astillas de frío que me arrancan soterradas lágrimas
[reservadas a los días en los que llueve desconsuelo, llueven silencios].
Hoy me llueve aguanieve
moteando de efímeras quimeras nevadas mis hombros cincelados de interrogante;
preludio de ilusiones cosidas a las botas de Peter Pan,
interludio de pasos anegados de lunes angostos y afilados que devoran los calendarios,
postludio de oscuridad hiriente, arenas movedizas crecidas de soledades.
Eva López Álvarez
sábado, 16 de noviembre de 2013
viernes, 15 de noviembre de 2013
Me supo frío tu abrazo.
Como si asolase mi piel,
dejándola seca,
herida de afiladas sombras.
Inabarcable.
Muertas dendritas, axones, nervio insensible;
tacto inútil que no toca.
Corcho verde de floristería de invernadero, donde se clavan flores de plástico de colores ácidos...
como la Tristeza.
Eva López Álvarez
Como si asolase mi piel,
dejándola seca,
herida de afiladas sombras.
Inabarcable.
Muertas dendritas, axones, nervio insensible;
tacto inútil que no toca.
Corcho verde de floristería de invernadero, donde se clavan flores de plástico de colores ácidos...
como la Tristeza.
Eva López Álvarez
jueves, 14 de noviembre de 2013
martes, 12 de noviembre de 2013
Vuela mi alma libre,
esclavo el reloj que se alimenta de los pulsos de mis venas,
sístole y diástole sometidos
[que no sumisos].
Me voy olvidando de mí;
de quien fuí,
de lo que fuí...;
otrora:
cuando ese reloj se permitía el lujo de jugar y retrasarse un ratito [por si llegabas tarde]; adelantarse un minuto tal vez.
Pincha en mis retinas lo que la luz me arroja.
Obstáculos invisibles mutilan la longitud de mis pasos.
Y el aire nunca acaricia sino que sopla violento y cargado de espinas que castran cada deseo que paren los poros de mi piel.
Pero vuela mi alma libre;
cuando quieras quedamos.
Eva López Álvarez
esclavo el reloj que se alimenta de los pulsos de mis venas,
sístole y diástole sometidos
[que no sumisos].
Me voy olvidando de mí;
de quien fuí,
de lo que fuí...;
otrora:
cuando ese reloj se permitía el lujo de jugar y retrasarse un ratito [por si llegabas tarde]; adelantarse un minuto tal vez.
Pincha en mis retinas lo que la luz me arroja.
Obstáculos invisibles mutilan la longitud de mis pasos.
Y el aire nunca acaricia sino que sopla violento y cargado de espinas que castran cada deseo que paren los poros de mi piel.
Pero vuela mi alma libre;
cuando quieras quedamos.
Eva López Álvarez
Para volar no necesitas zapatos;
para soñar no necesitas alas;
para huir no necesitas moverte del sofá
ni mudar de piel
ni alterar tus pasos, tu destino.
Para conocer[TE] no necesito un nombre;
para buscar[TE] no necesito que existas;
para encontrar[ME] solo necesito cerrar los ojos
escuchar silencios...
Para sonreir no necesitas nada;
para llorar no necesitas motivos;
para sentir necesito palabras:
palabras-hiedra que trepan por mi piel y se enredan en mis venas [verdes como la suerte];
palabras-cobijo que arropan las emociones y las arrullan al caer la noche, la noche que, en ocasiones, se deviene a plena luz del día;
palabras-fuego que detonan la bomba del deseo con onda expansiva de metralla de besos (besos redondos, besos con aristas, besos púrpura y besos candado, besos que curan y besos que queman, besos principio-besos final, besos con los ojos, con las manos, besos ciertos, besos duda, besos, besos, besos);
palabras mudas que dictan tus retinas y que le susurran al oído a mi piel semillas de dicha efímera;
palabras-abrigo que visten de otoño cálido el enero mas atroz;
palabras-consuelo, palabras-imán...
palabras-Alma...
Eva López Álvarez
para soñar no necesitas alas;
para huir no necesitas moverte del sofá
ni mudar de piel
ni alterar tus pasos, tu destino.
Para conocer[TE] no necesito un nombre;
para buscar[TE] no necesito que existas;
para encontrar[ME] solo necesito cerrar los ojos
escuchar silencios...
Para sonreir no necesitas nada;
para llorar no necesitas motivos;
para sentir necesito palabras:
palabras-hiedra que trepan por mi piel y se enredan en mis venas [verdes como la suerte];
palabras-cobijo que arropan las emociones y las arrullan al caer la noche, la noche que, en ocasiones, se deviene a plena luz del día;
palabras-fuego que detonan la bomba del deseo con onda expansiva de metralla de besos (besos redondos, besos con aristas, besos púrpura y besos candado, besos que curan y besos que queman, besos principio-besos final, besos con los ojos, con las manos, besos ciertos, besos duda, besos, besos, besos);
palabras mudas que dictan tus retinas y que le susurran al oído a mi piel semillas de dicha efímera;
palabras-abrigo que visten de otoño cálido el enero mas atroz;
palabras-consuelo, palabras-imán...
palabras-Alma...
Eva López Álvarez
lunes, 11 de noviembre de 2013
Desnúdame de Tristezas
que siento frío;
desnúdame de ayeres
que anulan todo futuro;
desnúdame de certezas
que ya no tengo azares;
desnúdame de silencios
que dejaron sorda mi piel;
desnúdame de aristas,
de astillas,
de vértices,
de ángulos,
de esquinas
que ya no tengo camino;
desnúdame de miedos,
que han robado mis sueños;
desnúdame del hastío
que devora cada deseo;
desnúdame de razones,
que me dejan desnuda de emociones...
Eva López Álvarez
que siento frío;
desnúdame de ayeres
que anulan todo futuro;
desnúdame de certezas
que ya no tengo azares;
desnúdame de silencios
que dejaron sorda mi piel;
desnúdame de aristas,
de astillas,
de vértices,
de ángulos,
de esquinas
que ya no tengo camino;
desnúdame de miedos,
que han robado mis sueños;
desnúdame del hastío
que devora cada deseo;
desnúdame de razones,
que me dejan desnuda de emociones...
Eva López Álvarez
domingo, 10 de noviembre de 2013
Mar;
noche [rota la luz; muerto el día]
Garganta insondable;
marea de versos
[huídos de un naufragrio]
que esconde un oleaje de subjuntivos soñados: si deseases...
Playa;
día [rota la oscuridad; muerta la noche]
Escupe el oleaje a la arena los tiempos de cada día,
trago voraz de indicativos presentes...respiro, camino, vivo...
Eva López Álvarez
sábado, 9 de noviembre de 2013
A veces es explosión, rabia, rencor, resentimiento; exasperación...
O tristeza, pena, desconsuelo, aflicción, amargura, melancolía, pesar, quebranto, tribulación, desdicha, nostalgia.
En este instante sea quizás deseo, ilusión, pasión y en un rato apenas lamento, plegaria, oración, desconsuelo, lamentación, sollozo, suspiro.
Ayer, creatividad, fantasía, aventura, ilusión, ficción, mito, utopía, fábula, delirio, sueño, visión, quimera, ensueño...
Mañana realidad, percepción, sensación, pensamiento, juicio, conocimiento, reflexión, elucubración; análisis...
Vista, olfato, gusto, tacto, oído.
Aburrimiento, hostilidad, alegría, alivio, impaciencia, amor, impotencia, angustia, indiferencia, ansiedad, indignación, añoranza, melancolía, nostalgia, saudade, inquietud, apatía, [in]satisfacción, [des]apego, asco, ira, asombro, calma, lujuria, cariño, celos, miedo, compasión, congoja, culpa, curiosidad, optimismo, decepción, desamparo, desamor, desánimo, pena, desasosiego, pesimismo, abulia, asfixia, desconcierto, placer, plenitud, rebeldía, desgana, desidia, abandono, rechazo, desolación, regocijo, desprecio, dolor, duelo, entusiasmo, serenidad, empatía, solidaridad, espanto, esperanza, sorpresa, terror, pavor, pánico, estupor, templanza, euforia, ternura, exitación, éxtasis, frustración, vacío, hastío... Infinito, el infinito...
Todo...
Eva López Álvarez
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Impasse
Impasse
Impasse
Me gusta; me seduce esta palabra.
Me seduce y me rinde la cadencia con la que las eses parecen trepar por mis piernas,enredándose en mis venas, controlando mis pulsos;
y, del mismo modo,
me seduce y me rinde lo que encierra porque es un espacio en blanco [como esta hoja virtual en que escribo]; un espacio atrapado, quizás, por las dudas pero... virgen, futuro, potencia [donde todo es posible...]
Impasse deriva en impás en castellano y ... no suelo acogerme a los términos adoptados pero, en este caso, ese impasse juega en una especie de aliteración mágica que detiene el segundo en que se duplica la ese, una ese casi erótica que suspende el tiempo, como se haya tu alma.... en suspenso; a la espera...
la espera...
Buscaré, pese a esta suerte de rendición sin lucha, el extremo por el que salir de esas eses que me atrapan; que limitan mis pasos. Abandonar ese impasse que me ata y me seduce a la vez...Si buscando el hilo conductor hacia la salida me topase [subjuntivo mágico] con una de las eses de tu impasse, tal vez, sólo tal vez, me enredaría en ella durante, al menos, lo que dura un instante...
Eva López Álvarez
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