Con el alma a cuestas;
hecha añicos
[cicatrices visibles de invisibles ataduras].
Marcado el rumbo a manos de un puño tirano
[incorpóreo y pesado a la vez];
hendido el pecho de afiladas palabras
[sempiternamente vivas en tu piel mortecina];
deshechos los umbrales;
que más da cielo o tierra, bien o mal, amor o desamor, dicha o pena,
[monstruo atroz, la Pena].
Roto el cuerpo:
manos que solo acarician acero impermeable;
piernas que dejaron de enredarse en otras piernas formando un nudo infinito
de sangres y besos
y abrazo inmenso;
¿los ojos?: óxido hiriente, vestigio del llanto de entonces.
Arrugado el cielo; brumoso el suelo [inseguro y lejano]...
alienado el amor. Soledad reinante.
Eva López Álvarez
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