martes, 12 de mayo de 2015



Compra-venta de soledades




Que me toquen las yemas de los dedos de tu alma; y que dejen huella.

Que me miren las retinas de tus palabras; que hagan diana en el epicentro de mis pupilas.

Que me abracen las ventanas de tus entrañas: las que sólo sienten, sin medida.

Que me rinda la noche al abrigo de tu voz: tu voz de carne y hueso.

Que sean las esquinas y la prisa las que choquen tu piel con la mía.

Que sean las gasolineras, los puentes, los pasillos del supermercado, las mesas de un café. Que sean las aceras, las salas de los museos, las colas de los cines. Que sea la tristeza pegajosa que habita en las colas del paro, los bancos de los parques, las salas de espera de los dentistas. Que sea bajo el epígrafe POESÍA de las librerías, que sea en las antesalas de los teatros, en la arena de los conciertos. Que sean las puertas de embarque de los aeropuertos donde la soledad es multitudinaria, la cercanía feroz de los asientos de autobús. Que sean las oficinas, las farmacias, la violencia del cansancio desnudo en los gimnasios. Que sean los semáforos en rojo, la tiranía de la distancia muerta en los ascensores, los pasos de cebra, el hogar de las farolas cuando corre la luz cansada de mentiras. Que sean las paradas de taxi, las bocas [hambrientas de besos] del metro, las estaciones de trenes, los andenes [sedientos de ti].

Que me llegue el amor sin intermediarios: que se cuele voraz como la hiedra [dermis, carne]



Quiero el amor así. Quiero la gente así. Que no rehúyan los ojos heridos de muerte por el miedo a quedar expuestos. Me fascina mirar a los ojos de la gente. Que se descuelguen las palabras de los labios que se solapan a mis párpados. 

Pero vivimos en un mundo en que nadie mira a los ojos y si lo hacemos suele malinterpretarse. Tenemos miedo a las manos. Miedo a las palabras. Miedo a mirarnos. Miedo a sentir cómo cae al suelo la distancia, como caen las prendas cuando nos desnudamos de mentira cada noche [pura falacia: armada el alma hasta los dientes: escudo y yelmo]

Meetic, Badoo, E-darling, Granamor, Mas40 … Proliferan las páginas concebidas para encontrar pareja mientras cerramos los ojos al mundo, mientras ya no miramos porque tenemos miedo, porque nos sentimos vulnerables, frágiles, porque la soledad salvaje, la que se escribe con mayúsculas, robó la magia del azar que hace nudos en las tripas del alma… Como las flores de los cerezos en primavera se multiplican estas páginas que te desnudan a golpe de cuestionario y te arrojan a unos ojos desconocidos que perdieron la magia de chocarse en un aparcamiento, por ejemplo.

Regalamos nuestro pasado en unas cuantas cruces heladas como el infierno en forma de test. Y nos avergüenza en cambio mirar a los ojos a la chica de la panadería, o al camarero que nos regala el aroma más hermoso del mundo cada mañana, o a nuestro compañero de trabajo, o a nuestros amigos. 

Desvelamos sin pudor deseos y sueños a los baremos que establece un sofisticado programa de ordenador y no sabemos rendirnos a la sencillez de unas manos tendidas.

Yo me niego. No cabe mi alma en un test. Ni conoce las esquinas de mis adentros el software más evolucionado del mundo. 

Prefiero dejar jirones de mí en los parabrisas de los coches; en las ramas de los árboles de los parques. En las estanterías que custodian las tazas de plástico [café en vena, por favor] en las tiendas. Prefiero caminar versos que dejen pistas en las aceras grises. Prefiero desandar los trazos de los que quieren escribir mis pasos. 

Prefiero pensar que soy libre…

                                                Llámame ilusa, tal vez…



Eva María López Álvarez






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