Catálogo
de ausencias.
Según lo que necesitase imperiosamente sólo veía una u
otra cosa...
Cuando se sentía
especialmente invisible sólo buscaba ansiosa en los ojos de la gente...
En su Alma [tornada
archivo histórico de sentimientos] tenía una valiosísima colección de ojos, tan
iguales y tan diferentes entre sí; y cada par de ojos venía debidamente
asociado y catalogado con una mirada única, que, por uno u otro motivo, logró
traspasar su cuerpo y pasar a formar parte de aquel extenso e inacabado catálogo
de ausencias...
La "O" de
ojos de su histórico de sentimientos era un documentado registro repleto de
miradas que un día estuvieron vivas: había una buena colección de ojos marrones
(la mayoría) pero no eran sólo "ojos marrones": los había color avellana,
con una dulzura y una candidez que en su día le arañaron la piel y lograron
traspasarla; también los había color miel y todavía irradiaban casi la misma
luz que aquel día de otoño en que los guardó para siempre y que le aportó una
calidez que logró reconfortar su frío; otros eran de un marrón intenso que casi
podría parecer negro; pero a ella no la engañaban (era una experta en matices;
su vida se había forjado a base de pequeños matices) eran marrones, como
también eran arrogantes: de ahí la titánica fuerza que desprendían y que
penetró visceral por su ombligo enredándose en sus entrañas y traspasando
barreras hasta quedar tatuados en su ordenada consciencia.
También había hueco
para unas cuantas miradas de color azul; pero también es ésta una somera definición;
ella retrotraía al instante una mirada color azul como el mar, un azul
transparente que parecía exhibir impúdico sentimientos acuosos que lograron
emocionarla un día. Otros eran azul océano (que no es lo mismo) y su azul era
vibrante, más enérgico y parecieran tener un límite en relieve que enmarcaba de
misterio cuanto recogían del entorno; fue ese aire enigmático y misterioso el
que atrajo tanto su atención que sintió cómo se paseaba insolente por su espina
dorsal y se posaba osado en su nuca y ... no fue capaz de dejarlos escapar
convirtiéndolos en uno más de sus secretos tesoros.
Otros eran de un
azul grisáceo que les confería un aire nostálgico (que tal vez no era real)
capaz de aflorar en ella una compasión y una cercanía que bien valía un "huequecito"
en su memoria.
Luego estaban los
ojos verdes (había visto muy pocos en su vida) y casi siempre se acompañaban de
rostros raciales y puros que desafiaban a la cotidianeidad...
Y también los
negros... apenas si poseía dos o tres de éstos ojos negros que, tal vez por lo
profundo, le produjeron un escalofrío que anidó un tiempo en su estómago antes
de pasar al archivo definitivo.
Hubo a lo largo de sus días y sobre todo a lo
largo de sus noches, otros momentos [muchos] en los que no era su "invisibilidad"
lo que le preocupaba. Fueron momentos en los que necesitaba de una caricia
tanto como del agua o del aire... En esos días sólo veía manos, así que añadió
en su archivo un registro, debidamente etiquetado con la "M", repleto
de manos...
Guardaba constancia
de aquellas manos huesudas y ágiles, fibrosas, de marcadas venas que le
parecieron tan místicas que, paradójicamente, le produjeron un sentimiento
absolutamente físico de un deseo inmenso por una caricia suya. Pensó que unas
manos tan “espirituales” sólo podían regalar gestos puros, nobles,
desprendidos… como si las venas que las recorrían irrigasen de paz cuanto
tocaban…[Nunca llegó a comprobarlo].
Había hueco para
otras manos, absolutamente femeninas ( pero que había requisado tanto de
cuerpos masculinos como femeninos), longitudinales que no flacas, rosadas que
no pálidas, de largos dedos como esculpidos con precisión propia de un maestro
del cincel. Eran “manos de virgen” como ella las llamaba porque eran iguales a
las típicas de la imaginería religiosa. Cuando las contemplaba no podía evitar
cerrar las suyas y apretar los puños, lo
que hacía que se amoratasen
acomplejándola todavía más. (Sus manos nunca le habían gustado, eran
manos a secas, no le parecían especiales
ni le inspiraban ningún sentimiento más que el puramente pragmático de coger
cosas). Veía en esas manos algo angelical, algo que sobrepasaba lo meramente
corpóreo y no podía evitar sentir verdadera curiosidad por cómo se comportarían
esas manos en situaciones tan cotidianas como fregar los platos o arreglar la
tierra de las macetas o limpiar el inodoro ¿¿??
Luego veía otras
manos que le parecían “infantiles”. Guardó con verdadero primor algunos
registros de niños pequeños mirando y descubriendo con regocijo y curiosidad
sus manitas [todavía torpes] y sus movimientos; las miraban como si fuesen algo
ajeno, como si tuviesen vida propia y esa fascinación quedó para siempre en su
memoria, en la “M” de manos con un amplio registro que se llenó de manos
redonditas, con pequeños dedos y grandes gestos y una dualidad maravillosa
destreza-torpeza…
Con el tiempo
observó que ese patrón de “manos infantiles” no era exclusivo de cuerpos
infantiles. Puedo contemplar ciertamente maravillada algunas de estas manos en
brazos y cuerpos adultos y le encantaba divagar imaginando en qué momento de
sus vidas una parte de ellos quedó atada para siempre a la infancia…
Y luego había
estudiado otras manos (como las suyas) que le parecían un mero instrumento y,
si bien recordaba algunas, no se trataba de un registro en detalle…Entre ellas
las había anchas y de dedos cortos, o también otras que siempre parecieran
acabar de hacer un esfuerzo ímprobo (tal vez, vivir ya era un esfuerzo para el
dueño de aquellas manos…)
En otros momentos de
su vida necesitaba imperiosamente de las palabras, palabras y más palabras….
Palabras pronunciadas sólo para ella, únicas, que la arropasen, la
reconfortasen, la meciesen en el silencio sordo de aquellos días.
Y, claro está, a lo
largo de estos periodos de “vacío semántico” sólo veía bocas…
De modo que, como ya
venía siendo parte de su rutina, abrió un nuevo registro, esta vez con la letra “B” que se fue llenando, día
a día, de bocas y bocas y más bocas…
Sus ojos, distraídos
para con todo, se posaban absortos en cada boca que se cruzaba en su quehacer
diario. Escudriñaba con avidez la boca del cajero del supermercado por más que
éste sólo emitiese mecánicos “buenos días, señora” (no recordaba, en cambio, el
día en que la llamaron señora por primera vez).
Con igual obsesión
contemplaba la boca de la empleada del banco que, periódicamente, le
actualizaba la libreta; o la boca de cada uno de sus compañeros de trabajo, …
Guardó, celosamente,
algunas de ellas y soñaba en cada noche de eco sordo y cínico que aquella boca
roja, carnosa y perfectamente dibujada le regalaba una palabra capaz de
devolverla al mundo. O que aquella otra boca de labios finos como cuchillos,
como escondidos con timidez en el resto de su rostro eran los dueños de las
palabras [mágicas como conjuros] que habrían de liarse, como hiedra en
primavera, a su alma sedienta; ocre y marrón como “gasones” secos de tierra en
tiempos de sequía…
Pasaron muchos días
y memorízó muchas bocas antes de darse cuenta de que no eran ellas las que
realmente importaban… aquellos labios celosamente custodiados en su memoria
eran meros instrumentos; lo realmente importante era la voz que emanaba de
ellos…
Precisó más de un
desengaño, pero el vacío que le produjeron aquellas hermosas bocas que no le
decían nada la llevó a comenzar un doctorado en voces, tonos de voz, timbres de
voz, matices de voz… que llenaron de imágenes sonoras la “V” de voz…
…
Más tarde llegó el
anhelo de unos brazos que la envolviesen como lianas; y, más tarde, vinieron
otros desconsuelos y otros cuantos más…, de modo que aquel particular “archivo
histórico de sentimientos” precisaría de una vida entera para contarse…
Esa mañana se
despertó confusa… se sentía desbordada, perdida en un bosque de recuerdos
enmarañados cuyas ramas [pese a su hermosura] ya no le dejaban atisbar siquiera
un centímetro de luz.
Presa de la
angustia, y por primera vez en años, sintió conciencia de sí misma y corrió al
baño a encontrarse…
Pero el espejo le
devolvió un montón de profundos surcos
que desdibujaban cuanto recordaba de sí misma, que escondían sus ojos,
apagados y tristes, y desfiguraban su boca, todavía sedienta…
La vida se le había
ido buscando unos ojos que la miraran, unas manos que la acariciaran, una boca
que la llamara.
…
Se le olvidó sentir.
Se le olvidó vivir.
Eva.
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