viernes, 10 de enero de 2014


Me levanto a las seis y media de la mañana. La ducha se lleva la noche al sumidero de los olvidos y, café en mano, el pelo mojado [enero o septiembre] salgo al parque con mi perro.

Cuentan los relojes, los despertadores y las agendas que es de día. El cielo... el cielo cuenta otra cosa. Cuenta la historia de una noche, todavía presente, que agoniza a manos de la luz impía. Y aquí, en este impás mentiroso, en que el móvil me dice que empieza un día y el cielo me dice que la noche aún me cobija, me salvaguarda, oculta mis ojeras y mis soledades, se suceden cada 24 horas momentos de esos que solo caben cuando aún no te has maquillado (ni los ojos...ni el alma).

Siempre en la misma farola [siempre], todavía encendida [la noche saca la lengua al amanecer] me saluda el señor del "collie" (como la famosísima Lassie de cuando éramos críos). Hace juego con su perro; le calculo unos 55 años y es un señor de esos de antes, elegante como su collie, tímido como el amanecer, educadísimo (me cede la farola para el primer pis de mi Cuzco). Siempre. Todos los días. Sonríe quedamente cuando aún no he cruzado pero ya sabe que su horario va cumpliéndose correctamente.

Siempre en el mismo planeta, Venus (recordemos el planetario que hay en el parque lineal) el corazón se me arruga... y mis ojos quisieran hablar, escuchar, tocar, rastrear la voluntad férrea, titánica del octogenario que ordena a sus piernas que corran... y lo hace con una bolsita que mima como su aliento (no sabe cuántos pueden quedarle). Hace un tiempo descubrí que en la bolsita se refugia una bomboncita pequeña de oxígeno que ayuda a sus pulmones, a sus venas, a su corazón en la difícil tarea de bombear, de bailar los últimos valses que conforman sus sístoles y sus diástoles. No puede hablarme en medio de ese esfuerzo infinito, pero rebusca un átomo de vida para sonreírme y su sonrisa diaria me cuenta que todos los amaneceres se toca cuando sus ojos se abren y se pellizca [solo en la inmensa cama años atrás; ella no resistió mas calendarios] para asegurarse de que está vivo. Y comienza su batalla y sus pies cansados y viejos, viejos, viejos [maravilloso y enternecedor contraste con sus deportivas blancas como las mentiras y chillonas como los desconsuelos] se suceden a una velocidad que asemeja una carrera. Yo le diría que cada día rebasa tantas metas como pasos le roba a la distancia que lo separa de la parca. Pero me limito a sonreírle. Él ya sabe lo que quiero decirle.

Siempre a la altura de los columpios los ojos sudorosos y cargados de lluvia de "la chica a la que no miran los tíos" me cuentan que sale a correr a estas horas porque el manto cobertor de la noche es misericordioso y difumina las curvas, y emborrona el cansancio que jadea, y, sobre todo, mantiene alejados esos grupos de"runners" que parecieran sacados de un anuncio de esos de cereales: esos de los culottes retadores, esas de las camisetas-imán. Ella sabe que yo se que no quiere que mis ojos (ni los de nadie) se posen sobre los suyos. Pero nos saludamos... de medio lado.

Siempre a la vuelta, siempre a la altura del paso de cebra del asilo, la farola se apaga y se escucha un clik en mi alma que me pone la banda sonora (Show must go on) y saco del bolsillo mi eye liner y en el ascensor disfrazo mis ojos de buenos días...

Suben la persiana las tristezas; siempre, siempre, siempre... a la misma hora...

Eva López Álvarez
 
 

1 comentario:

  1. hola Eva he estado paseando el perro contigo. Maravilloso cuadro de lo cotidiano. Aprovecho para saludarte y decirte ¡sigue, no pares! tu riqueza de sentimientos, imágenes y palabras, me mantienen los ojos como los de un chiquillo sorprendido ....

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