domingo, 26 de enero de 2014




Vaciar el alma.

Con una cucharita de esas tan cóncavas como el dolor; las que exhiben las cubas de las heladerías. Acostumbran a ponerla en un cacharrito con agua; agua que arrastre el color [o el dolor, quién sabe].

Vaciar un trocito del alma que me sabe a chocolate [memoria de junios de infancia]; y bañar la cucharita cóncava que me arrancó un pedacito de ayeres efímeros como el polvo marrón (cacao), en cristalina agua [incolora como el futuro; inodora como el presente; insípida como los relojes].

Vaciar otro pedacito de mi alma; el que se tiñe de rosa [primera fresa que adelanta jirones de un mayo que aún no existe a los días de febrero; helados como las astillas del desprecio]… envoltorio mentiroso a ratos; la dicha más absoluta en esos segundos que pegas a las suelas de tus zapatos para cuando sientas que no puedes caminar porque no hay mas pasos por andar.

Vaciar el cachito de alma sin más color que el blanco inmaculado [como la nube en que acuño mis sueños]; el cachito que sabe a nata y me regala [mágica, todopoderosa memoria] el fotograma en perfecto color de la nata Galupe que remataba las comidas de los sábados cuando niña; cuando mis preocupaciones cabían todas en la mochila del cole …



Vaciar el alma.

Reposar la cucharita, cóncava como el dolor, reposarla en el agua que fue transparente [sucio arcoíris de ayeres entremezclados, hoy].





                                                                                                                    Eva López Álvarez

No hay comentarios:

Publicar un comentario