dan en una especie de limbo de la incomunicación… Por eso yo las recojo y las guardo cuidadosamente esperando el modo de liberarlas de sí mismas.
De cuando en cuando las desempolvo; arranco de ellas las telarañas que las empañan y últimamente acostumbro a buscarles una palabra gemela que les de el sentido que un día perdieron…
Así, si al abrir mi cajita tropiezo con un “te quiero” que alguien desechó soplo el polvo gris que lo distorsiona y lo adjunto a un trocito de papel viejo en que se adivina la palabra mágica que nunca llegó…
Pues asociando palabras, limpiando recuerdos, me di cuenta que cuando acariciaba aquellos “me siento triste” que nadie quiso escuchar veía con una nitidez extraordinaria un plato; en concreto ese al que le falta un poquito de esmalte apenas perceptible a quien no lo friega regularmente.
Igualmente la plancha humeante se pegaba como una lapa a la efímera dicha que me produjo la risa estertórea parida de aquel comentario ingenuo de mi hijo. También observé mi camisa preferida de juventud (de liviana gasa y difuminadas flores) que venía de la mano de ese nudo en el estómago que te produce una nota que llega a tu pupitre cuando tienes dieciséis años…
Así pues, estoy pensando que, tal vez, logre enterrar en sana paz esas palabras que se enquistaron en mi alma y consiga dar forma al puzzle de mis entrañas, si abro mi caja y reparto palabras y telarañas y polvo por entre mis macetas y mis libros de sobremesa y el plumero que me espera impaciente y mi bolso favorito y mis zapatos de tacón que gritan al suelo cuanto yo acostumbro a callar…
Eva López Álvarez
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