miércoles, 24 de julio de 2013


La vida de Ginebra se resolvió en los segundos que se deshacen esperando que el semáforo cambiase a verde.

Mi alma lleva toda la vida en rojo - pensó. Mi piel, en rojo permanente. Ningún verde, ámbar siquiera, frente a uno solo de mis deseos...

Contaré los segundos que me separan del verde. Y, cuando el semáfofo [tirano] me empuje a dar un paso pondré mi alma, mi piel y mis deseos en verde...

Al parecer, el conductor del coche que abría la espera efímera y eterna de cuantos le seguían, todavía tenía su corazón en verde; no pisó el freno; ni siquiera deceleró; decidió que ese fuese el último paso de Ginebra...

                                                                                                                                   

Eva López Álvarez

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