domingo, 29 de diciembre de 2013

Catálogo de ausencias

Para AMPARO, para que siga llamando a los duendes, para que siga irradiando magia...

Según lo que necesitase imperiosamente sólo veía una u otra cosa...

Cuando se sentía especialmente invisible sólo buscaba ansiosa en los ojos de la gente...

En su Alma [tornada archivo histórico de sentimientos] tenía una valiosísima colección de ojos, tan iguales y tan diferentes entre sí; y cada par de ojos venía debidamente asociado y catalogado con una mirada única, que, por uno u otro motivo, logró traspasar su cuerpo y pasar a formar parte de aquel extenso e inacabado catálogo de ausencias...

La "O" de ojos de su histórico de sentimientos era un documentado registro repleto de miradas que un día estuvieron vivas: había una buena colección de ojos marrones (la mayoría) pero no eran sólo "ojos marrones": los había color avellana, con una dulzura y una candidez que en su día le arañaron la piel y lograron traspasarla; también los había color miel y todavía irradiaban casi la misma luz que aquel día de otoño en que los guardó para siempre y que le aportó una calidez que logró reconfortar su frío; otros eran de un marrón intenso que casi podría parecer negro; pero a ella no la engañaban (era una experta en matices; su vida se había forjado a base de pequeños matices) eran marrones, como también eran arrogantes: de ahí la titánica fuerza que desprendían y que penetró visceral por su ombligo enredándose en sus entrañas y traspasando barreras hasta quedar tatuados en su ordenada consciencia.

También había hueco para unas cuantas miradas de color azul; pero también es ésta una somera definición; ella retrotraía al instante una mirada color azul como el mar, un azul transparente que parecía exhibir impúdico sentimientos acuosos que lograron emocionarla un día. Otros eran azul océano (que no es lo mismo) y su azul era vibrante, más enérgico y parecieran tener un límite en relieve que enmarcaba de misterio cuanto recogían del entorno; fue ese aire enigmático y misterioso el que atrajo tanto su atención que sintió cómo se paseaba insolente por su espina dorsal y se posaba osado en su nuca y ... no fue capaz de dejarlos escapar convirtiéndolos en uno más de sus secretos tesoros.

Otros eran de un azul grisáceo que les confería un aire nostálgico (que tal vez no era real) capaz de aflorar en ella una compasión y una cercanía que bien valía un "huequecito" en su memoria.

Luego estaban los ojos verdes (había visto muy pocos en su vida) y casi siempre se acompañaban de rostros raciales y puros que desafiaban a la cotidianeidad...

Y también los negros... apenas si poseía dos o tres de éstos ojos negros que, tal vez por lo profundo, le produjeron un escalofrío que anidó un tiempo en su estómago antes de pasar al archivo definitivo.

Hubo a lo largo de sus días y sobre todo a lo largo de sus noches, otros momentos [muchos] en los que no era su "invisibilidad" lo que le preocupaba. Fueron momentos en los que necesitaba de una caricia tanto como del agua o del aire... En esos días sólo veía manos, así que añadió en su archivo un registro, debidamente etiquetado con la "M", repleto de manos...

Guardaba constancia de aquellas manos huesudas y ágiles, fibrosas, de marcadas venas que le parecieron tan místicas que, paradójicamente, le produjeron un sentimiento absolutamente físico de un deseo inmenso por una caricia suya. Pensó que unas manos tan “espirituales” sólo podían regalar gestos puros, nobles, desprendidos… como si las venas que las recorrían irrigasen de paz cuanto tocaban…[Nunca llegó a comprobarlo].


Había hueco para otras manos, absolutamente femeninas ( pero que había requisado tanto de cuerpos masculinos como femeninos), longitudinales que no flacas, rosadas que no pálidas, de largos dedos como esculpidos con precisión propia de un maestro del cincel. Eran “manos de virgen” como ella las llamaba porque eran iguales a las típicas de la imaginería religiosa. Cuando las contemplaba no podía evitar cerrar las suyas y apretar los puños, lo que hacía que se amoratasen acomplejándola todavía más. (Sus manos nunca le habían gustado, eran manos a secas, no le parecían especiales ni le inspiraban ningún sentimiento más que el puramente pragmático de coger cosas). Veía en esas manos algo angelical, algo que sobrepasaba lo meramente corpóreo y no podía evitar sentir verdadera curiosidad por cómo se comportarían esas manos en situaciones tan cotidianas como fregar los platos o arreglar la tierra de las macetas o limpiar el inodoro ¿¿??

Luego veía otras manos que le parecían “infantiles”. Guardó con verdadero primor algunos registros de niños pequeños mirando y descubriendo con regocijo y curiosidad sus manitas [todavía torpes] y sus movimientos; las miraban como si fuesen algo ajeno, como si tuviesen vida propia y esa fascinación quedó para siempre en su memoria, en la “M” de manos con un amplio registro que se llenó de manos redonditas, con pequeños dedos y grandes gestos y una dualidad maravillosa destreza-torpeza…

Con el tiempo observó que ese patrón de “manos infantiles” no era exclusivo de cuerpos infantiles. Puedo contemplar ciertamente maravillada algunas de estas manos en brazos y cuerpos adultos y le encantaba divagar imaginando en qué momento de sus vidas una parte de ellos quedó atada para siempre a la infancia…

Y luego había estudiado otras manos (como las suyas) que le parecían un mero instrumento y, si bien recordaba algunas, no se trataba de un registro en detalle…Entre ellas las había anchas y de dedos cortos, o también otras que siempre parecieran acabar de hacer un esfuerzo ímprobo (tal vez, vivir ya era un esfuerzo para el dueño de aquellas manos…)


En otros momentos de su vida necesitaba imperiosamente de las palabras, palabras y más palabras…. Palabras pronunciadas sólo para ella, únicas, que la arropasen, la reconfortasen, la meciesen en el silencio sordo de aquellos días.

Y, claro está, a lo largo de estos periodos de “vacío semántico” sólo veía bocas…

De modo que, como ya venía siendo parte de su rutina, abrió un nuevo registro, esta vez con la letra “B” que se fue llenando, día a día, de bocas y bocas y más bocas…

Sus ojos, distraídos para con todo, se posaban absortos en cada boca que se cruzaba en su quehacer diario. Escudriñaba con avidez la boca del cajero del supermercado por más que éste sólo emitiese mecánicos “buenos días, señora” (no recordaba, en cambio, el día en que la llamaron señora por primera vez).

Con igual obsesión contemplaba la boca de la empleada del banco que, periódicamente, le actualizaba la libreta; o la boca de cada uno de sus compañeros de trabajo, …

Guardó, celosamente, algunas de ellas y soñaba en cada noche de eco sordo y cínico que aquella boca roja, carnosa y perfectamente dibujada le regalaba una palabra capaz de devolverla al mundo. O que aquella otra boca de labios finos como cuchillos, como escondidos con timidez en el resto de su rostro eran los dueños de las palabras [mágicas como conjuros] que habrían de liarse, como hiedra en primavera, a su alma sedienta; ocre y marrón como “gasones” secos de tierra en tiempos de sequía…

Pasaron muchos días y memorízó muchas bocas antes de darse cuenta de que no eran ellas las que realmente importaban… aquellos labios celosamente custodiados en su memoria eran meros instrumentos; lo realmente importante era la voz que emanaba de ellos…

Precisó más de un desengaño, pero el vacío que le produjeron aquellas hermosas bocas que no le decían nada la llevó a comenzar un doctorado en voces, tonos de voz, timbres de voz, matices de voz… que llenaron de imágenes sonoras la “V” de voz…



Más tarde llegó el anhelo de unos brazos que la envolviesen como lianas; y, más tarde, vinieron otros desconsuelos y otros cuantos más…, de modo que aquel particular “archivo histórico de sentimientos” precisaría de una vida entera para contarse…

Esa mañana se despertó confusa… se sentía desbordada, perdida en un bosque de recuerdos enmarañados cuyas ramas [pese a su hermosura] ya no le dejaban atisbar siquiera un centímetro de luz.

Presa de la angustia, y por primera vez en años, sintió conciencia de sí misma y corrió al baño a encontrarse…

Pero el espejo le devolvió un montón de profundos surcos que desdibujaban cuanto recordaba de sí misma, que escondían sus ojos, apagados y tristes, y desfiguraban su boca, todavía sedienta…

La vida se le había ido buscando unos ojos que la miraran, unas manos que la acariciaran, una boca que la llamara.







Se le olvidó sentir.

                             Se le olvidó vivir.



                                                                                                                                 Eva López Álvarez

1 comentario:

  1. La vida se va a ir de todas formas...
    sentirla no la frena,
    sin embargo creo
    que sentir inflinge conciencia
    no se si buscar en otras fisonomías es rentable

    puede ser que sea más fácil
    encontrar respuestas en nuestra mente

    con ellas determinadas
    los ojos, manos... ectr
    serán fácilmente adaptables
    a lo que deseamos ver.

    Profundo texto...
    bonito pensar.

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