Le faltaba el oxígeno.
Se asfixiaba.
Cuanto más respiraba más se apretaba ese nudo que empequeñecía sus pulmones; los que no fumaban mas que el humo tóxico y desolador de las decepciones...
Y seguía respirando,
bucle infinito de supervivencia y agónica tortura.
Se dejaba morir en cada inspiración...
Hasta que se cansó de dejarse morir a manos de aquel oxígeno tóxico que convertía su sangre en adoquines grises como los de las aceras, limados, desgastados, romos de tanto pisarse, pisarse, pisarse...
Decidió buscar su propio oxígeno.
Mortal para otros tal vez; no para ella.
Le dió la vuelta a su piel. Le dió la vuelta a su alma [la puso del revés]. Le dió la vuelta a los colores del amanecer. Le dió la vuelta al rumbo de sus pasos.
Te ahogarás; le gritaban.
Se llevó su cuadro [torcido por las casualidades]. El silloncito que convertía la ventana de su dormitorio en acceso directo a Nunca Jamás. La lámpara de cuentas de cristal negro [lágrimas lloradas en negro]. El esperjo que le recordaba quién era. La pequeña luz que dejaba encendida de noche para que apagase la luz hiriente que acompaña a los miedos.
Y le dió la vuelta a su piel...
Eva López Álvarez
Mejor darle la vuelta a las lágrimas
ResponderEliminarsean negras... o de cualquier otro color
que a la piel
la cara externa de la dermis
debe permanecer
en constante conversación
con el aire de la atmósfera.
respirar... podemos respirar
y llenar los pulmones de futuro.