En las yemas de sus dedos ya no se adivinaba un mapa; toda señal había perdido sentido. Cada vez que ella respetó la señal de STOP la soledad [desmedida, feroz] le disparó a bocajarro [metralla atroz en el alma; olor a pólvora en su piel]. Del mismo modo, cuando siguió las calles de doble sentido no tuvo mas que choques con unos cuantos hombres que, desde luego y rompiendo tópicos, no sabían interpretar los mapas. Le pareció en cambio que los ojos del que circulaba delante de ella, sentido único, terminantemente prohibido un cambio de sentido, taladraban cristal y carne anidando en esa parte que los manuales especializados llaman amígdala y que a mi me encanta nombrar como la caja fuerte de nuestros anhelos.
Tocar regalando amor.
Tocar regalando sueños.Su amor la estaba esperando
[ella lo sabía]. Algunas de esas noches en que los relojes [hastiados de costumbre] se estancan en el umbral de la vigilia se tambaleaba y dudaba. ¿Por qué tardaba tanto?.
Pero el amanecer se apoyaba, cansado de su viaje nocturno, siempre en las palmas de sus manos y le devolvía, intactas, las ganas de tocar;
tocar regalando amor;
tocar regalando sueños.
Amaneceres; ocasos.
Calendarios yermos con trescientas sesenta y cinco casillas sin mácula.
Así se desdibujaron sus huellas;
así se hundieron sus ojos, entre los surcos del tiempo. Así se ajó su cuello, su pecho, sus piernas [invadidas de caminos por explorar, por recorrer, por nombrar, por recrear].
Aquella mañana, simplemente, dejó de amar.
Se abandonó al abandono.
Vació sus vacíos.
Se dejó morir...
Eva López Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario