Andaba esta mañana camino a la oficina,
aterida de frío, con una de mis manos, amoratada y torpe, buscando
refugio en mi bolsillo y la otra, valiente y protectora, sujetando el
paraguas que guarecía mi piel de la lluvia; persistente y densa….
Una ráfaga de viento mudo [no me trajo hoja alguna vestida de tus
emociones, por ejemplo] dejó varias varillas de mi paraguas [de delicada
osamenta] al descubierto. No contento con eso sopló obsceno y alteró la
forma de mi paraguas quedando desposeído de la forma que le daba
sentido; que le confería identidad.
Inmediatamente un juego de metáforas se paseó por mis adentros…
Aquel paraguas; mi paraguas era pequeño, de frágil empuñadura y se
vestía de estampado de leopardo en tonos marrones y distintos matices de
negro.
El tiempo, y el uso, habían hecho mella en él, de modo que
se podía adivinar al contemplarlo la memoria de alguna que otra tormenta
(acurrucada en el mango, con la tela horadada por la fuerza de mis
dedos al asirlo firmemente); resultaba igualmente visible el daño de
aquel viento huracanado del pasado invierno en la forma, otrora
perfecta, de su contorno hoy encorvado y desestructurado…
Incluso una pequeña gotera, por la que lloraba, queda y contenidamente, había aparecido no hacía mucho…
Ya sentada en la oficina mis ojos, a ratos, se clavan en él; no es mi
paraguas lo que veo… es mi retrato distorsionado por el agua, bañado de
lluvia, azotado por los silencios.
Tengo una gotera en mi rostro por
la que se me escapa el alma sedienta de un torrente de palabras
vestidas de invierno que no acaba de brotar… Mi osamenta, frágil, se va
volviendo roma [pesa tanto el plomo en las alas…]. Mi brazos (como las
varillas dobladas de mi paraguas] parecen raíces que no ramas… Y mi piel
confunde permeabilidad con impermeabilidad y cierra sus poros
[inconsciente] cuando un gesto furtivo me quiere acariciar las entrañas
rotas…
He sentido tanta nostalgia que he cogido mi paraguas y
lo he abandonado en el contenedor con una nota que reza: “aquí yace mi
piel muerta”.
Quiero una piel nueva, permeable a las sonrisas, a
la luz, a las caricias del viento; una cuyos poros estén vírgenes de
esa otra lluvia mortecina y gris que cala los huesos del alma….
PD: la gente me mira mientras yo sonrío [irónica] en cada semáforo…De momento ya puedo afirmar que esta nueva piel, SIENTE…
Eva López Álvarez
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