jueves, 22 de agosto de 2013

Cuando entró en la oficina de ayuda a mujeres emprendedoras en busca de una subvención, una orientación, un consejo, la fila de pares de ojos [cargados de costumbre] que miraban a la nada le indicaron que tomase número y esperase a que una de las mesas [escudo de aquellos ojos; los ojos cargados  de costumbre] quedase desierta.

Tomó número [como en la pescadería, pensó].
Se dirigió a las sillitas dispuestas en línea recta  [hilera de deseos irresolubles, quimeras hambrientas de un talón] y se sentó.
Lo había previsto todo: traje pantalón serio pero con ciertos guiños a la piel de su alma: unas discretas tachuelas en los hombros, un collar ciertamente osado y unos zapatos que parecían retar al asfalto. La camisa blanca matizaba con criterio aquellos detalles que le recordaban quién era.
Esperó;
          esperar...
                        LA ESPERA.

[Des]esperó;
                   [des]esperar...
                                      LA [DES]ESPERANZA.
.
No desesperes - se gritaba a sí misma en silencio... ESPERA, sólo espera...
Miraba su papelito como un crío contempla la carta que sus manitas torpes y su ilusión intacta han escrito a los Reyes Magos; cuando la Navidad todavía huele a magia y esa magia todavía es posible, cuando el mundo entero cabe en las bolas doradas que cuelgan del árbol de los deseos, cuando tus ojos no sólo ven sino que sueñan...

Un pitido que sonaba ahogado la sacó de su ensimismamiento y la condujo a la mesa 5.

- Expóngame, señora, su proyecto. Le proporcionaré unos formularios, deberá adjuntarme una memoria, un estudio de mercado y su vida laboral. Su proyecto, por favor - inquirió exigente. Aburrida. Con los ojos llenos de desierto; con las manos crispadas de tormenta.

- Mi trabajo habrá de consistir, si resultase factible, en "extirpar" tristezas - expuso con esa certeza que se pasea insolente en los lindes de la locura. 

La cáscara de la mujer de la mesa 5 [la de los ojos llenos de desierto, la de las manos crispadas de tormenta] pareció resquebrajarse, dejando al descubierto un centímetro cúbico de la piel que siente de veras y arrojando a sus ojos de desierto un oasis de sorpresa.

- ¿Perdón? - preguntó con voz viva, curiosa incluso. ¿Extirpar tristezas?, ¿ha dicho extirpar tristezas?. Si no se trata de una broma le rogaría me lo explicase.

Ella se abandonó al vuelo;
                           su vuelo.
                           se dejó volar. 
                                       
Desplegó las palabras y se abandonó al vuelo.;
                                                         su vuelo.


Abriré una oficina tan pequeña como un cascarón de nuez. La pintaré de un color que aún no tiene nombre y esperaré tras una mesa de cristal para que los clientes vean que no escondo nada, que mis ojos están llenos de océano y mis manos cargadas de líneas por escribir. Mis clientes serán aquellos a los que la tristeza de un ser querido está matando poco a poco. ¿A usted le duele el dolor de aquellos a los que ama? ¿No le sucede que el gesto amargo de un amigo, de su pareja, de un hijo, de un familiar se torna bilis invisible en su piel, que se vuelve del color de la ceniza?. ¿A usted no le hace un nudo irresoluble en las tripas la lágrima [piedra y sal] que cae [pena y plomo] como un alud de desconsuelo por la mejilla de ESA persona? ¿No se le emborrona la paz, SU paz? ¿No se desandan sus pasos, se reviven sus monstruos, se hace hormigón su sangre [inútil]?

El cliente sólo me contará QUIÉN llora [casi nunca saben por qué, quizás porque los aman]. Y haremos juntos su particular "mapa emocional". Tal vez la solución sea sencilla. Prender una sonrisa. Puede parecer fácil, pero no lo es. Imagina esa escena millones de veces recreada. Una piedra. Humedad. Soledad. Necesitas fuego. Tienes la piedra, CAPAZ, pero aún no tienes el fuego.

Mi trabajo será golpear la piedra una y otra vez.
                                                         Prender la llama.
                                                                      Encender sonrisas.

Hay una chica que llora sin lágrimas en el mismo banco del parque, a la misma hora. Ella no sospecha que yo se que llora. Oigo su silencio. Quizás solo necesita un librito en la esquina de su banco; unos minutos antes de que ella llegue. Y su nombre. Un nombre que ella recreará con eco, ESE eco de voz desconocida, en su mente. Y sonreirá [en silencio]

Hay un hombre joven muy mayor que abre del buzón con ese abatimiento que solo dan los meses de abrir buzones y encontrar monstruos. Quizás sólo precise una carta; escrita a mano, que no diga nada pero espante el monstruo, infame, que vivía en el buzón hasta ese preciso instante. Y sonreirá [en silencio]

Hay una niña que no es una niña y no es una mujer. ESA niña no tiene cimientos. Quizás la chispa se esconda en una de esas memorias de plástico que guarde su canción favorita; la de los momentos malos. Los primeros momentos malos. Los que te arrojan al circo por vez primera. Esa memoria puede aparecer porque sí en su taquilla del instituto, del gimnasio, en la mochila, en un bolsillo de su pantalón. Y regalarle esa canción hecha de sangre, y tripas.Y sonreirá [en silencio]

Hay un viejo apoyado en la valla. Las rayas de su camisa limitan el porvenir, porque nada queda por llegar a su vida. Respira. Allí. Apoyado en la valla. Horario de oficina [su cuerpo NECESITA un horario para recordar que debe vivir]. Allí. apoyado en la valla. La que le dice que aún no es momento de morir [límite, umbral]. Yo le llevaría una cajita con un dominó encriptado de emociones; los unos serían sustituídos por una palabra: beso. No existen doses sino abrazos; y el tres se deshizo a manos de una sonrisa. Cuatro no son sino los pilares de otra palabra: hogar y cinco es la palabra puerta [puerta abierta; como cuando era niño y jugaba al parchís y el cinco lo invitaba a salir de casa para comerse el mundo]. En el seis un verso de seis palabras que, algún día, descubriré. Y sonreirá [en silencio]







 ... [Tiempo muerto; tiempo estanco; ojos de desierto; manos de lluvia; labios de espera]




Usted me dirá que es absurdo. Pero, escúcheme... Usted me dirá: si mi amiga llora yo le compraré un libro. Piénselo: eso no es magia; eso no entraña sorpresa alguna. Ella SABE. Eso MATA.
Un libro con su nombre, en ese banco suyo que no es de nadie no es razón; es emoción.

Usted me dirá que es absurdo. Pero, escúcheme... Usted me dirá: si mi hermano, mi amigo, mi marido, mi amante llora al abrir el buzón, mi mano estará junto a la suya cuando nos escupa esos monstruos. Piénselo, una vez más: eso no es magia. El monstruo sigue ahí, solo que con ... "la luz encendida". Eso es razón... no emoción; no la emoción de una letra nueva y desconocida rebosante de futuro y misterio.

Usted me dirá que es absurdo. Pero, escúcheme... Usted me dirá: si mi hija siente tambalear sus cimientos yo le recordaré que soy pilar, base, raíz, MADRE. Piénselo, otra vez: ella SABE, eso MATA. Ella sabe que usted es pilar, base, raíz, madre. Pero ahora quiere una pared, contigua, no un suelo, firme. Quiere emoción. Y, en ocasiones, yo miro en derredor y me doy cuenta que la emoción murió.

Usted me dirá que es absurdo. Pero, escúcheme... Usted me dirá: si mi padre no viese futuro yo le diría: enséñale a tu nieta cómo es el mañana. Pero el SABE que su nieta es un desafío al calendario [salvaje]. Es razón; es lógica; es LEY. No emoción...

... [Tiempo muerto; tiempo estanco; ojos de desierto; manos de lluvia; labios de espera]

Tiempo muerto;
            tiempo estaco;
                       ojos de desierto;
                               manos de lluvia;
                                          labios de espera.

- No tengo  ni idea de si es usted una loca peligrosa o si es la persona mas cuerda que he conocido en la vida - respondió, incrédula la MUJER DE PIEL, DE CARNE que se escondía tras la mesa 5; la de los ojos llenos de desierto;  las manos crispadas de tormenta.
Estudiaremos la "viabilidad" de su idea.

ELLA [esperanzada] recogió los restos de su piel que habían caído alrededor de aquella mesa [otrora escudo]; miró sus zapatos y recordó que quedaba mucho asfalto por pisar. La camisa blanca le recordó cómo despedirse de aquella mujer; de aquella mesa; de aquel despacho.

- Espero su respuesta; estaría encantanda de recibir esa llamada. Gracias por su tiempo. Gracias por su atención...

Aún logró sobreponerse un instante más y acertó a decirle a aquella mujer:

- Me alegro que en sus ojos ya no haya solo desierto; me encanta que sus manos ya no traigan tormenta, sino lluvia.


                                                                                                              Eva López Álvarez








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