sábado, 17 de agosto de 2013

Fué después de un largo rato de paseo;
                                                 de anárquico rumbo;
                                                 de mentiroso destino.
Me dirigí al centro, a la zona comercial y elegí la zapatería que me pareció mejor surtida, más ecléctica.
Una vez dentro le pedí a a la chica unos zapatos que hablasen de mí.

- Comprendo - me dijo mirándome de arriba abajo. Me atrevería a decir - prosiguió amabilísima - que su estilo es arriesgado, atrevido incluso, osado.

Yo la miraba, divertida, absolutamente consciente de que no me había entendido.

- Le sacaré cuatro modelos de la nueva colección, última tendencia; parecieran hechos pensando en usted - afirmó segura de su profesionalidad.

Apenas unos minutos después de perderse tras una cortina que pareciera el telón de un escenario [realmente una tienda, como casi todo, es un escenario, pensé] volvió satisfecha, absolutamente convencida de haber encontrado lo que yo buscaba,  con cuatro cajitas apiladas que apenas la dejaban mirar adelante [como la vida misma, seguí divagando].

Saqué el primer par de zapatos y, sin reparar en detalle alguno, le di la vuelta para contemplar la suela.

- Legítima piel, señora; fabricados en España - afirmó con cierta inquietud.

A continuación hice exactamente lo mismo con el segundo par; extraje el zapato, como si esperase encontar un tesoro, y los giré ansiosa por ver la suela.
Debí hacer una mueca de disgusto porque la dependienta añadió presurosa:

- Estas suelas son de goma, señora, ideales si acostumbra a andar deprisa, un plus de seguridad para evitar resbalones. Muy adecuados si tiene niños.

Se repitió el proceso con el tercer y cuarto par de cajas.

Lo siento - dije. Ninguno de estos zapatos cuenta nada sobre mí.
La dependienta me miraba  desolada, frustrada e incrédula.
Salí de allí y continué la febril búsqueda que había emprendido horas antes, cuando las obligaciones que dictaba mi agenda me condujeron hasta la calle Teodoro Camino; hervidero de transeúntes que se veían obligados a ralentizar su paso a consecuencia de las obras que inundaban de arena acera y asfalto; de ruido almas y oídos. 

Yo buscaba ansiosa en las huellas de la gente algo que me dijese cosas, que me contase historias sobre sus pasos.
       Nada.
              Huellas mudas. 
                                Como las mías.
 Tus huellas solapadas con las mías y ... ¡tan ciegas!; vacías. 

Si yo fuese fabricante de calzado, diseñaría unas suelas para los zapatos que dejasen historias tatuadas en el suelo.
       Cada suela una palabra, un verso, una emoción.

Sería bonito sentarse en un escalón [como cuando eres un crío] y jugar a descifrar el tránsito semántico de nuestros pasos. O hilvanar todas las palabras y contar un cuento, distinto cada día.
Gestar versos;
                 saber de tí;
                           por tus pasos...

                                                                                                  Eva López Álvarez


1 comentario:

  1. "Cuando al caer la tarde reconozca tus huellas".
    (ELSA LÓPEZ)


    Huellas sobre una arteria de cemento, huellas que no enrojezcan de vergüenza, huellas que no aparecen en los mapas, huellas que se te clavan en el alma, huellas que lleven a tu dormitorio y se pierdan debajo de una cama. Sobre la piedra, la hierba o la arena la huella es un vestigio de época remota que sólo aprecian los detectives de lo insólito. Hoy se persigue la artificial estela tentadora de un perfume y se desprecia la realidad de un caminar inteligente. Por eso se ignora que una mujer elegante anda despacio, como si pretendiera que sus huellas la adelantaran y le dijeran cosas de sí misma, fiándose tan sólo de sus pasos porque no quiere romas ni parises ni estambules ni quimeras felices ni perdices, sino la gloria compartida de un abrazo y palabras que huelan como rosas.

    EL COLECCIONISTA DE ATARDECERES

    ResponderEliminar