domingo, 25 de agosto de 2013


Ginebra (capítulo IV)


Ginebra cogió [guiada por un impulso irrefrenable] una de sus olvidadas barras de labios.

Rojo.
Puro rojo.
Sangre. Vísceras. Deseo.

Se acercó al espejo cuanto pudo para delimitar con quirúrjica precisión la línea exacta de su boca que vestiría de ese deseo ingente, henchido de tiempo, de soledad, de rabia.

Pensó que pintaría su boca [desdibujada de amores, de amantes, de besos, de la senda viva que deja un dedo cuando la recorre] a modo de símbolo; sería un reclamo para esas caricias urgentes en su alma.

Ese pensamiento frunció su ceño y su ánimo.
Tomó perspectiva y echó un paso atrás. La distancia le recordó que, quizás, no era su boca la que ansiaba un gesto, un mimo, un beso; otra boca.

Convertiría, pues, la barra de labios en marcador fluorescente de aquellas zonas que clamaban a gritos en su cuerpo una huella.

Sus ojos se recrearon primero en sí mismos; recorrieron [con gran desconocimiento para su sorpresa] su contorno; almendrado y rodeado de incipientes arrugas escritas con el abecedario de las decepciones. Sus pestañas; las pupilas [orbe de sus percepciones]

Continuaron su viaje por los labios que dejó sin pintar; tensos; no tan curvilíneos como el camino que conducía a su vientre.

Desnudo.

Miraba la barra de labios y contemplaba su clavícula; prominente [pareciera recipiente, cubículo para sus lágrimas, tal vez, derramadas sin ton ni son tantas veces]

Su pecho; pequeño. Vértice angosto de su vientre, redondo.

El cuello; olvidado. Sin escribir.

¿Qué parte de su cuerpo era la que anhelaba que la tocasen, que la recorriesen, que la acariciasen; que la trajesen al presente a golpe de carne y piel?

Triste.
Desolada.
Sabiéndose más abandonada que nunca, Ginebra dejó la barra de labios en el estante del baño, inmaculado.

No encontró el modo de pintar la boca de su alma de rojo.

¿Qué clase de amante besaría el vacío que dejaron sus noches en blanco?
¿Su memoria?
¿Cómo se acaricia un recuerdo?
¿Cómo se toca la soledad?
¿Cómo se abrazan las ausencias, se acurrucan los fracasos?

¿Cómo se besa el vacío?


                                                                                                                                Eva López Álvarez

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