Hoy
me he dejado vencer por el calor; claudiqué casi al primer asalto y me
tumbé en el suelo, sobre una toalla, junto a la piscina...Como una cría;
acompañada de decenas de hormigas que pululaban a mi alrededor
esperando sustento con la misma necesidad con que yo esperaba una
palabra.
De repente fui consciente de todo cuanto contaban mis silencios...
De repente reparé en las palabras que pronunciaba mi cuerpo; hablaban
mis manos de grandes superficies [toscas, agrestes y poco pulidas]
recién barridas, a costa del diámetro de las venas que recorren mis
manos [cansadas].
Contaban mis pies [perfecto equilibrio entre laca
de uñas y restos de tierra, seca y dura] una historia sobre paradojas de
esas que encienden la luz de tus noches y te sumen en la oscuridad del
caos cuando el sol [súbito fiel de los
tiempos, de los ciclos, de la rutina, de lo predecible] toca lo más alto del cielo.
Cuenta la
línea impía del biquini un cuento mágico sobre la belleza escondida en
el pliegue espantoso que un bisturí dejo en mi piel el día que mis hijos
le gritaron al mundo su presencia.
Y recita la sombra [cobijo,
refugio] de cada estría un verso parido de ese amor que no cabe en
ningún poema, ni tan siquiera en ningún libro.
Contaban mis piernas
tendidas cómo se sucedieron los segundos que tatuaron mis rodillas en
color púrpura, del mismo de algunos cardenales que pueblan tu alma; en
estertóreo silencio...
Narraba, impúdica, la gota de sudor que
recorría mi cuello, hasta llegar al pecho, un cuento sobre cómo los
veranos [mentirosos] engañan a tu alma y la hacen creer en cuentos de
hadas...
Decidí sumergirme en el agua, casi con violencia, a
fin de borrar [emborronar, al menos] las palabras que tatuaba mi cuerpo
al hormigón hiriente vestido de agosto...
Eva López Álvarez
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