jueves, 22 de agosto de 2013


Siéntate.
         Ya huele a septiembre.
         El sol quema como cuando sabe que muere a manos de esa querencia inevitable de las estaciones por extinguirse. Quema con rabia; porque está dolido. Herido irresolublemente...
         Las noches te susurran al oído retazos de confesiones que se sucedieron en otras noches, en otros porches, en otras tierras; traen de la mano idénticas emociones; idénticos [des]consuelos. Susurran la misma palabra, PERFECTA, que la tierra seca te arrebató tiempo atrás.

Siéntate.
         A mi lado.
                    Pero quédate. No dejes tu cuerpo,
                                                                     ahí,
                                                                         mientras te marchas. Hueco. 
                    Quédate y enreda tus dedos en la sombra de mi cuerpo que yace tendida a mis pies; sombra chinesca, capricho de la luna [tirana]. Puedes jugar a tocarme, sin tocarme, pero tocándome de veras [con esa certeza incuestionable que no obedece a nada]. Abrir tus brazos [como un loco acaricia el viento] y sentir cómo, a ras de suelo, se posan en mi piel, negra de luna. Hay algo erótico en lo que nunca se alcanza.

Siéntate...

                                                                                                      Eva López Álvarez



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