Siéntate.
Ya huele a septiembre.
El sol quema como cuando sabe que muere a manos de esa querencia inevitable de las estaciones por extinguirse. Quema con rabia; porque está dolido. Herido irresolublemente...
Las noches te susurran al oído retazos de confesiones que se sucedieron en otras noches, en otros porches, en otras tierras; traen de la mano idénticas emociones; idénticos [des]consuelos. Susurran la misma palabra, PERFECTA, que la tierra seca te arrebató tiempo atrás.
Siéntate.
A mi lado.
Pero quédate. No dejes tu cuerpo,
ahí,
mientras te marchas. Hueco.
Quédate y enreda tus dedos en la sombra de mi cuerpo que yace tendida a mis pies; sombra chinesca, capricho de la luna [tirana]. Puedes jugar a tocarme, sin tocarme, pero tocándome de veras [con esa certeza incuestionable que no obedece a nada]. Abrir tus brazos [como un loco acaricia el viento] y sentir cómo, a ras de suelo, se posan en mi piel, negra de luna. Hay algo erótico en lo que nunca se alcanza.
Siéntate...
Eva López Álvarez
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