domingo, 20 de octubre de 2013

A veces despertamos en medio de la noche;
                                                           presos de un miedo que cercena las alas, apenas perceptibles, crecidas en los montículos de sueños y quimeras que los manuales y diccionarios llaman homóplatos.

Entonces; en ese preciso instante en que el sudor rebosa en cada poro de tu piel, en que el interruptor de la luz parece haber huído, en que la oscuridad se toca, y se crece de tu angustia, tus manos buscan tu cara y tus dedos recorren sedientos de corduras y certezas y costumbres tus ojos, tu nariz, tu boca...Cuando los vas encontrando y reconociendo [la pequeña cicatriz que ató un poquito de tu infancia a la barbilla; el remolino pertinaz de tu ceja izquierda, el lunar, epicentro de la ladera derecha de tu cuello] vuelve el pulso a tu sangre, la paz a tu cama.

Hoy sentí cómo el bisturí salvaje del miedo hurgaba en mi espalda. Y mis manos no reconocían ninguno de mis rasgos, por mas que tocaban hasta limar las esquinas afiladas del tiempo. No eran mis ojos, no era mi boca, no era mi pelo.

Te regalo lo que fuí.

                               Voy en busca de lo que soy.


                                                                                Eva López Álvarez




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