martes, 15 de octubre de 2013


Me asomaría a cada una de esas ventanas con los ojos de un silencio distinto. 
Miran duro los silencios;
                   traspasan epidermis, dermis, carne, hueso y te penetran en lo más profundo de la médula. 

Te dejan hueco.
              O te llenan, quizás.

Desde las ventanitas de abajo tengo la mirada de los silencios que atan al suelo. Son silencios que te regalan certezas; silencios que se suceden en presente de indicativo; no hay ayer, como tampoco existe un mañana. 

Asomada a las ventanas de la planta superior el silencio que se apodera de mi retina es de vapor de agua; tiende a subir [etéreo, incorpóreo, gaseoso, liviano, ligero de equipaje, cargado de sueños].

Encaramada en las ventanitas que esconden los arcos de la zona central mis ojos son de un silencio atroz; no ven sino una coraza, un límite, una frontera infranqueable a cualquier palabra sanadora que osase acercarse. Tanta belleza en derredor; y tanta piedra tirana; déspota, hiriente y salvaje. Huyo de aquella franja incierta, tierra de nadie, que solo mira en condicionales que jamás traspasan el umbral del futuro...

He retado a los otoños que se dibujan en mi piel y he subido al tejado; una mezcla imposible de tejas limadas de tiempo [arena de soledades] y raíces vestidas de altura me arropa, me arrulla, me acoge, me mece; un manto de verde hojarasca [perenne como el vacío] me abriga aquí arriba, donde mis ojos gritan un silencio empapado de nubes que quieren romper a llover...


                                                                                                  Eva López Álvarez




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