jueves, 17 de octubre de 2013

Siento verdadera fascinación por las alcantarillas. 
                                             Se tragan nuestras realidades, como también muchos de nuestros sueños;
                                             se atragantan con las lágrimas que corren desconsoladas cuando el cielo rompe a llorar.

Algunas alcantarillas, de esas grandes que parecieran puertas a un mundo lejano y cercano a la vez, se enamoran perdidamente de mis tacones y, cuando piso sobre ellas, resuenan con un eco que me recuerda que mis pasos se dirigen a algún lugar;
                                                                que no son en vano.

En ocasiones pareciera, cuando la luz es mentirosa y el sol condescendiente, que  son líquidas y que, de un momento a otro, emergirán unas manos o una varita mágica o el miedo corpóreo que te asalta algunos días y que se esconde ahí abajo, en la oscuridad hueca que disfrazamos de aceras, de asfalto, de huellas.

No dejo de preguntarme, cuando paso sobre ellas, cuántos secretos guardarán, cuántas palabras cayeron a ese inframundo pestilente sin que nadie llegase a oírlas, a dormirse con ellas. Guardan celosamente montones de pequeños tesoros que el azar nos robó un día: un anillo, unas llaves, un pendiente que dejó viudo a su gemelo, una moneda, un papel, un mechero de los que prenden los deseos...

Me fascina pensar en las alcantarillas como una suerte de "depósitos del olvido" donde la eternidad es presente marchito y sucio; me encantaría bajar un día a ese inmenso laberinto de túneles preñados de pequeñas nadas [tuyas y mías] y olvidos...

                                                                                       Eva López Álvarez







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