lunes, 14 de octubre de 2013

- Buenos días, quisiera uno de esos rotuladores especiales; de esos para dibujar sobre tejidos - pidió en el mostrador de la diminuta tienda de arte que tenía el color de los lienzos viejos y olía a pinturas y diluyentes y tintes de esos tan difíciles de encontrar que tiñen tu alma (que no tu pelo) de rosa, porque tu lo vales. 

-¿De qué color? - preguntó amablemente la dependienta intentando captar su atención sin lograr detener sus ojos, absortos, embelesados, enamorados en cada rincón de aquel lugar mágico. Ahora los detenía en un botecito lleno a rebosar con pinceles de todos los tamaños (para pintar suelos firmes y seguros, o pestañas livianas como la espuma, ligeras como las ilusiones); un segundo mas tarde se quedaban fijos en un montón de angelotes que exhibían su blancura expectante de tus colores en la estantería del fondo.

Paciente, la dependienta, buscaba su mirada. ¿De qué color? - insitió.

- Negro y púrpura, como los sueños, por favor - respondió todavía lejana; perdida ahora su imaginación bajo las faldas de un montón de Meninas que parecieran guardar el mundo entero bajo sus enaguas.

Pagó sus rotuladores especiales y salió abstraída, distante, dejando en la dueña de aquella tiendecita una semilla de incertidumbre: ¿qué habría de pintar con ellos con tantas cosas como se adivinaban en sus adentros?

Llegó a su casa con la misma impaciencia con que un crío que guarda un tesoro en su mochila. Soltó el bolso y la americana con el desdén que te confieren la mariposas en el estómago. 

He  comprado estos rotuladores para cuando duermas conmigo.
                                                                                                ...
Al acostarnos escribiré en tu almohada las pistas para que tu sueño te haga volar. Dibujaré un verso alrededor de tu cuello para que hagas del pliegue de mis sábanas tu hogar. En el perfecto ángulo recto que trazan tus piernas al girarte escribiré un relato brevísimo y certero que apunte directamente a tu alma. A lo largo de tu espalda cada noche una palabra distinta que te empuje a una caricia distinta. 

No te agobies; nunca la misma palabra... Ya me encargué de que fuesen borrables. La lavadora dejará virgen nuestra imaginación en cada programa largo y con prelavado.
Hoy soñarás en ámbar; mañana en púrpura.
Hoy mi verso tendrá un sabor; al amanecer uno distinto...

                                                                                       Eva López Álvarez

 
 

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